Entre rezos e intolerables aires de superioridad, Newt Gingrich empieza su campaña para convertirse en el candidato republicano que contenderá contra Barack Obama por la presidencia de EE. UU. en el 2012.
El grave problema con Gingrich es que no se puede confiar en él.
Newt Gingrich, quien fuera líder de la Cámara Baja de 1995 a 1999, recién anunció que buscará la candidatura del Partido Republicano a la presidencia en el 2012 y lo hace, dijo, porque piensa que la patria está en dificultades y lo necesita para recuperar su posición como “el gran centro de la libertad, el gran generador de prosperidad, el garante de la seguridad de sus ciudadanos y de sus amigos en el resto del mundo”. Gingrich está convencido de que Estados Unidos es una nación excepcional, no ordinaria como el resto, dotada por el creador de ciertos derechos inalienables y exclusivos, que hoy atraviesa por un mal momento.
Para recuperar el excepcionalismo recién extraviado, Gingrich propone una plataforma política que combina su conservadurismo fiscal y social con sus valores religiosos. Luterano de nacimiento, al entrar en la política se hizo miembro de la Convención Bautista del Sur y hace dos años se convirtió al catolicismo.
El lanzamiento formal de su campaña electoral no ha sido una sorpresa, pues Gingrich no ha dejado de hacer política desde que salió del Congreso repudiado por sus enemigos y por sus amigos también. Ha escrito varios libros de contenido político y aparece continuamente en programas de radio y televisión como comentarista. También tiene una agencia de comunicaciones y varias organizaciones políticas, entre ellas un sitio en la Red con noticias, comentarios y propaganda de corte conservador dirigido a los hispanos.
Según Gingrich, es un contrasentido que la inmensa mayoría de los hispanos voten por los candidatos del Partido Demócrata, dado que son fundamentalmente conservadores. Y no solo eso. En uno de sus acostumbrados excesos retóricos, ha llegado a decir que son precisamente los inmigrantes de primera generación quienes más concuerdan con su firme defensa del excepcionalismo estadounidense, aunque no aclara en qué se basa para sostener tan temeraria afirmación. Respecto al tema migratorio, la postura de Gingrich tiene tantos matices que resulta imposible entender cuál es su posición. Por un lado, repite el estribillo de los republicanos exigiendo el reforzamiento de la frontera sur; por el otro, sugiere que no se puede deportar a 11 millones de personas que están ilegalmente en el país, pero no se atreve a abogar por su legalización para que se termine el problema.
Si comparamos las posiciones de Gingrich sobre el tema con las de los otros posibles candidatos del Partido Republicano, es cierto que, aunque vagas, suenan mucho más razonables. El problema es su falta de especificidad. Y si acudimos a su pasado para intentar predecir el futuro, otra vez nos topamos con la contradicción y la incertidumbre. Debe reconocérsele que, sin su apoyo, la ley que permitió a miles de refugiados centroamericanos obtener la residencia legal no habría sido posible. Pero también hay que recordar que no hace mucho tiempo equiparó la educación bilingüe a un “aprendizaje del lenguaje del gueto” y más tarde acusó de racista a la magistrada de la Suprema Corte de Justicia Sonia Sotomayor.
El problema con Gingrich es que es una bala perdida, que lo mismo hace alarmantes e inflamatorias generalizaciones contra los musulmanes que cuestiona el patriotismo del presidente Obama, se muestra intolerante con los defensores de los derechos de los homosexuales y exhibe una arrogancia que no tiene par. Considere, por ejemplo, que este hombre que hoy se erige en defensor de los valores tradicionales y pregona su religiosidad engañó a su primera mujer con la que se convirtió en su segunda esposa y a esta con la tercera, al mismo tiempo que denunciaba la infidelidad del presidente Clinton. El grave problema con Gingrich es que no se puede confiar en él.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.