Relaciones peligrosas
La muerte de Osama bin Laden, el jefe de la organización terrorista más grande del mundo, a escasos 11 kilómetros de Islamabad donde vivía refugiado hace años, ha puesto en evidencia las difíciles relaciones entre las potencias occidentales y la república Islámica de Pakistán, además genera controversia sobre las consecuencias de la “lucha contra el terrorismo”.
En la primera declaración después del hecho de armas, el Presidente Obama manifestó que “la cooperación antiterrorista en Pakistán ayudó a llevarnos a bin Laden y al recinto donde se escondió”, y tanto él como su par pakistaní Asif Ali Zardaní, no vacilaron en calificar el hecho como “histórico”.
Pero pronto comenzaron a surgir las dudas, tal como las planteó el asesor antiterrorista de Obama, John Brennan: “Es inconcebible que bin Laden no hubiera tenido un sistema de apoyo en el país que le haya permitido estar ahí por un largo período de tiempo”, lo que fue rematado por Leon Panetta de la CIA al decir que las autoridades pakistaníes son incompetentes o cómplices, cuando negaron saber del paradero de bin Laden.
Y las cosas han seguido subiendo de tono, lo que no se comprendería sin conocer el mar de fondo que rige las relaciones entre EE.UU. y Pakistán. Como muchas otras cosas del actual rompecabezas político, todo se remonta a la época de la invasión soviética a Afganistán, en la que Pakistán jugó un papel crucial, forjando una estrecha alianza con Estados Unidos y sirviendo de territorio para aprovisionar a las milicias de mujahidines afganos que terminaron derrotando a la máquina de guerra soviética.
De allí surgieron el movimiento Talibán y Osama bin Laden, por entonces apoyados financiera y militarmente por EE.UU. También la estrecha relación entre los norteamericanos y los pakistaníes. Y también la lucha del fundamentalismo islámico contra las potencias occidentales.
El desacierto básico en estas relaciones tormentosas estriba en la creencia de que se pueden imponer sistemas democráticos, al estilo occidental, en las repúblicas islámicas, pues ellas no son estados de derecho, en los que la Justicia se administra según la ley civil, sino estados religiosos, en la que ella se subordina a la moral musulmana. Así, Afganistán se puso rápidamente en contra de Estados Unidos y en Pakistán se sucedieron, en forma traumática, una sucesión de dictaduras con escasos interregnos democráticos.
Al mismo tiempo crecían las diferencias entre Pakistán y la India, país del que la república islámica formó parte hasta 1947. Cercada por su poderoso vecino, Pakistán tendió hacia sus correligionarios afganos, cada vez más radicales y más imbuidos de fanatismo religioso.
Desde luego, Estados Unidos no podía perder a Pakistán, tanto por motivos geopolíticos como por una razón crucial: Pakistán es la única nación islámica que posee un arsenal nuclear, por lo que cualquier alejamiento puede llevar a que Irán, Siria u otros países también entren en el peligroso grupo de las naciones atómicas.
Esto explica que, pese a las desavenencias y dudas, Estados Unidos deba mantener las buenas relaciones con Pakistán aún a un costo elevado.
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