One Death Does Not Undo the Killing

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Cuanto más lejos del mundo en el que sueño vivir me siento cuando veo que se celebra una muerte (asesinato a sangre fría) para “vengar” o “ajusticiar” otras muertes.

Más que alivio, siento tristeza; más que una sensación de justicia, decepción. Más que sentir que fue honrada la memoria de mi hermano y que su muerte, en el atentado contra las Torres Gemelas del 11 de Septiembre, hace casi 10 años, tiene algún sentido, siento que fue en vano, que el mundo se vuelve cada día más cruel, violento e inseguro. Si éste es el resultado de tamaña pérdida, duele aún más que él no esté hoy entre nosotros viendo crecer a sus maravillosos hijos, que fueron privados de su amor en la Tierra.

El asesinato de Osama ben Laden a manos del ejército norteamericano, el domingo 1º de mayo pasado, en Abbottabad, Paquistán, jamás reparará el dolor de los familiares de las casi 3000 personas que murieron en aquel atentado. Nunca una muerte reparará el dolor ocasionado por otra muerte.

Como familiar directo de una víctima de aquel terrible episodio que sacudió al mundo entero, quisiera compartir que sólo el amor y el recuerdo de la gran persona que fue mi hermano permitieron que, a lo largo de estos años, se hiciera justicia en mi corazón y en el de cada una de las personas que lo conocimos y quisimos.

Vivir el duelo atravesando el dolor de su muerte, de la enorme pérdida que significó para su mujer y sus tres hijos, para sus padres, hermanos y amigos, recordándolo con cariño y respeto, hicieron que su pérdida tuviera y tenga un sentido para nuestras vidas. Jamás la búsqueda de la venganza y del asesinato de otras personas, fueran o no responsables del atentado, fue una alternativa en la intención de aplacar tanto dolor.

Con esto no quiero descartar nunca la búsqueda de auténtica justicia, pero sí la de aquella justicia que genera más muertes, más guerras y más sangre derramada de gente inocente, que llena el mundo de más odio, más resentimiento y más dolor.

Se puede buscar la justicia por medio de “liderazgos de influencia”, como lo hiciera Juan Pablo II tras la demolición de la URSS, demostrando cuán inútiles son las guerras, las armas y la violencia, y cuánto más eficiente, para el logro de objetivos, es la autoridad moral. La autoridad real es el liderazgo por influencia y nunca la coacción y la violencia, siempre destructivas.

Cuánto más humano hubiese sido que los Estados Unidos capturaran y arrestaran a Osama ben Laden con vida, lo llevaran ante un tribunal internacional (ya que él se adjudicó atentados no sólo en Estados Unidos, sino también en España, Inglaterra y otros países) y lo juzgaran según las reglas internacionales. Un juicio que pudiera presenciar todo el que quisiera, con sus acusaciones y correspondientes descargos, y donde se dictara una sentencia que el mundo entero pudiera ver y comprender; donde no quedaran dudas y eternas sospechas, como estos operativos han despertado.

Estoy lejos de ser un especialista en política internacional y terrorismo. Pero veo que nuestro mundo occidental plantea esto como una guerra contra el terrorismo. Mi hermano murió en esa guerra siendo totalmente inocente, así como centenares de personas, y puedo asegurar que el asesinato del jefe de Al-Qaeda no produjo en mí ninguna sensación de justicia ni de alivio ni de paz.

Todo lo contrario: no hizo más que remover viejas heridas y hacerme ver, nuevamente, cómo el mundo se vuelve a sumir en otra guerra más, en nombre de una supuesta “paz” que cada día, me atrevo a decir, siento más lejana.

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