En Estados Unidos ya llegaron a la conclusión de que no tienen que avergonzarse por la manera como mataron a Osama bin Laden. Si estaba armado o no, si usó a su tercera y más joven esposa como escudo humano para cubrirese de los disparos, si se violo la soberanía de Paquistan en el operativo, todo ello es irreleante. Lo que importa es que el villano esté bien muerto y su cadaver se encuentre ahora mismo en las profundidades del mar. En el balance, creo que tienen la razón.
Bin Laden no tuvo recato alguno en utilizar como proyectiles a los ocho jóvenes musulmanes que tripularon los aviones que destruyeron las Torres Gemelas en Nueva York. Tampoco se preocupó demasiado por las vidas y las familias de quienes se encontraban en los trascacielos o viajaban en los aviones secuestrados. Le pareció más que justificable, un acto heroico incluso, que se sembraran explosivos en los trenes de cercanías de Madrid, segando la vida de enfermeras, maestros, ciudadanos de a pie. Si este terrorista no asignaba valor alguno a la vida de otros, debía estar preparado para perder la suya, igualmente sin valor que ninguna especie. Pues si empezamos a desarrollar el argumento de que la vida de un estadounidense vale más o menos que la de un creyente del islam habremos retrocedido muchos siglos en la historia.
Algunos, incluso editorialistas en México se han mostrado indignados por la sangre fría con la que los Navy Seals liquidaron a Osama bin Laden. Señalan que debió ser arrestado, llevado a juicio y en su caso sentenciado. Bajo una lógica jurídica y de derechos humanos este hubiera sido el camino a seguir. Bajo la lógica de la guerra –que declaró en primer término Bin Laden– y de la política, dejarlo con vida habría sido un error táctico de primer orden. Hay crímenes de lesa humanidad, y entre ellos destaca el terrorismo. Las muertes que provocan no distinguen entre pobres y ricos, ancianos o niños.
Pero se preguntaran algunos: si el comando estadounidense ya lo tenía a la mano e indefenso, ¿no hubiera sido mejor arrestado y someterlo a proceso? A fin de cuentas, a otros criminales similares se les impartió justicia, llámese los nazis en Nuremberg o el mismo Saddam Hussein en Irak. Quizá Estados Unidos habría anotado un punto de gran estatura moral enviando el mensaje de: yo te trato de forma civilizada, juzgándote y dándote la oportunidad de que te defiendas, mientras que tú –Osama bin Laden- no le diste una oportunidad similar a quienes tuvieron que arrojarse por las ventanas del World Trade Center.
Sin embargo, en la lógica de la guerra y de la política, prestarle un circo mediático al terrorista habría sido un desatino muy grande. De entrada, muchos cuestionarían el valor del juicio –sobre todo en el mundo islámico- descartando que bajo las leyes estadounidenses este individuo pudiera tener verdaderas posibilidades de defenderse. Habría dicho en el juzgado _como los dijo en sus videos- que Estados Unidos tenía merecida la carnicería del 11 de septiembre. Los deudos de quienes murieron achicharrados en Ground Zero, en la estación Atocha o en Nairobi se habrían llenado de frustración al comparar entre la justicia y el trato humano que recibía el terrorista y la forma inhumana e injusta como éste masacró a sus familiares. Los republicanos y sobre todo el Tea Party habría hecho trizas la imagen del presidente Obama, tachándolo de timorato en convicción de que Occidente y los infieles representan un demonio que debe combatirse por cualquier medio, alimentado así nuevas oleadas de terrorismo.
En este contexto, resultó interesante y hasta enigmática la decisión del gobierno de Washington de ordenar a sus agentes especiales que descendieran de los helicópteros, entrarán a la casa de Bin Laden y lo ejecutara. Más sencillo abría sido que dispararán misiles desde el aire y la corta distancia sobre sus aposentos y después recoger las cenizas. ¿Cuál fue el sentido de entrar a su habitación? ¿Se trató de una operación quirúrgica para salvar la vida del resto de la familia de Bin Laden, una manera de retener los documentos y pertenencias del terrorista o ambas cosas?
La desaparición de Osama bin Ladenno implica el fin de la red Al Qaeda. Como hemos podido constatar en México, la muerte de un gran capo del crimen organizado no ha implicado la desaparición del cártel de Juárez o del Golfo. Los distrae y los desorganiza por algún tiempo, eso sí. Pero normalmente estas organizaciones perduran hasta que su razón de ser se agota, como ha sido el caso del IRA en Irlanda, de las Brigadas Rojas en Italia o en Septiembre Negro en Palestina. El tiempo de Al Qaeda para retirarse de la escena no parece haber llegado aún. La puntilla, más que la muerte de Bin Laden, puede encontrarse en un retiro en breve de las tropas estadounidenses de Afganistan.
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