10 de junio de 2011
México y Estados Unidos comparten no sólo tres mil kilómetros de frontera común. También los une el intercambio comercial, la seguridad compartida e incluso lazos de sangre derivados de siglos de convivencia de millones de personas, tanto de mexicanos allende el Río Bravo, como de estadounidenses en suelo nuestro. Un vínculo de esa clase no debería ser desestimado de la forma en que muchas autoridades lo están haciendo.
Por ello tiene razón John Bailey, director del Proyecto México en la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown, al decir que el gobierno mexicano está en lo correcto por sentirse molesto con Estados Unidos, el cual ha hecho muy poco para reducir el tráfico de armas y el consumo de drogas.
Y hay que agregar: ha hecho poco contra la corrupción. De acuerdo con el testimonio del inspector general en funciones del Departamento de Seguridad Interna (DHS), Charles K. Edwards, el cártel de Los Zetas ha conseguido a últimas fechas
reclutar a agentes de la patrulla fronteriza para controlar el tráfico de drogas y la trata de personas, lo que podría incluir a residentes de países con presencia terrorista.
Cometen un error los estadounidenses cuando creen que el problema de la degradación de las instituciones en México es un riesgo exclusivo de este país. Eludir su responsabilidad en el combate al tráfico de armas, al consumo de drogas y a la corrupción endémica, ha traído como consecuencia la proliferación de flagelos que antes creían lejanos a su propio territorio. ¿Cuánto más están dispuestos a esperar?
El ámbito migratorio cae dentro de la misma categoría, en algunos casos de desidia, en otros de franca hostilidad hacia México. Ayer el gobernador de Alabama, Robert Bentley, promulgó la ley antiinmigrante HB56, más estricta incluso que la SB1070 de Arizona. Con ella se obliga a las escuelas públicas a revisar que entre sus estudiantes no haya indocumentados. El patrón es el mismo que con el tema de la seguridad: paliativos para satisfacer a la opinión pública conservadora estadounidense, ignorando al mismo tiempo soluciones estructurales, de fondo.
Desde la negligencia para controlar el tráfico de armas, hasta el ataque estéril a las familias de origen mexicano, Estados Unidos demuestra su desconocimiento de la complejidad de la relación bilateral. Tarde o temprano se dará cuenta que cualquier solución mutua pasa por la cooperación y la inclusión.
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