¿Debería dimitir el congresista Weiner?
Al coro de voces republicanas que pedían la dimisión de Anthony Weiner, protagonista de un escándalo sexual por haber enviado fotos obscenas a través de twitter y haber acusado luego de ello a un hacker, se han unido las de sus correligionarios demócratas. Tiene su lógica, pues ellos son los más perjudicados por el “escándalo Weiner”, además lógicamente del propio implicado.
Sin duda, el congresista demócrata se ha buscado el trance en el que está. Parece increíble que alguien en su posición y con sus ambiciones no aprendiera la dolorosa lección de “Tiger Woods”, y se dedicara a enviar fotos comprometedoras a mujeres que ni tan siquiera había visto en persona.
Ahora bien, creo que, políticamente, habría podido sobrevivir a esos actos estúpidos si hubiera confesado la verdad justo al publicarse la primera foto, que envió de forma pública por error. Al fin y al cabo, comparado con otros escándalos sexuales, su historia es una minucia, por patética que pueda resultar. Weiner no violó ninguna ley, como los políticos enganchados en prostíbulos, y si nos ha dicho ahora toda la verdad, no llegó a mantener relaciones sexuales con ninguna de estas mujeres.
Su mayor pecado fue haber mentido, mostrando una desfachatez impresionante, en todas las entrevistas que concedió los días posteriores a la publicación de la famosa foto de su “paquete”. Ya sabemos que, en una sociedad tan marcada por la ética protestante como la estadounidense, la mentira es difícilmente perdonable, aunque sea para ocultar una miseria privada.
En una versión moderna de las antiguas turbas, Weiner ha recibido un linchamiento mediático que me parece excesivo. Ciertamente, se equivocó, y gravemente, pero el trato que ha recibido en algunos medios es el propio de un criminal, cuando a mí me parece más bien un pobre diablo, aunque ostente el título de señoría.
De momento, está intentado resistir el chaparrón sin dimitir. Quizás lo consiga, sobre todo si realmente confesó toda la verdad en su rueda de prensa del lunes, o en los próximos días sucede alguna bomba informativa que relega su historia a un segundo plano informativo. Todo dependerá de su capacidad de aguante, pues al no haber cometido ninguna ilegalidad, no le pueden poner ante la disyuntiva de dimisión o posible cárcel.
Bajo mi punto de vista, la decisión es sólo suya. Un político debería dimitir siempre si está procesado, ha roto la ley, o ha participado en corruptelas. Pero este no es el caso. Sí que lo es, por cierto, el de Charlie Rangel, que entre otras muchas irregularidades, “olvidó” pagar decenas de miles de dólares en impuestos, a pesar de ser un veterano miembro del comité que aprueba la legislación fiscal. Sin embargo, él no recibió presiones tan fuertes para que dimitiera.
A Weiner tan sólo le podemos acusar de que haber violado la confianza que sus electores depositaron en él al mentir como un bellaco sobre su vida privada. Por lo tanto, si su conciencia le llevara a dimitir, sería un acto que le honraría. Si prefiere dejar que sean los electores quienes dicten sentencia, tan sólo tendremos que esperar unos meses para conocer su veredicto, pues las primarias demócratas a su cargo serán la próxima primavera, y a buen seguro que no le faltarán adversarios.
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