Es cierto que Sarah Palin despierta pasiones en la sociedad estadounidense. Muchos dentro la izquierda la desprecian por representar todo aquello que más odian de la América conservadora. Como reacción, muchos dentro de la derecha cristiana la consideran una heroína, capaz de hacer una defensa desacomplejada de sus valores, y por ello, víctima de unos medios presuntamente progresistas.
Es cierto también que, si decidiera lanzarse al ruedo de las primarias republicanas, Palin tendría algunas opciones de victoria. La mayoría de encuestas la sitúan en segundo lugar dentro de las preferencias de las bases republicanas con alrededor de un 15%. Aunque también registran que, curiosamente, dentro del electorado conservador es igualmente una figura polarizadora. De hecho, según un sondeo de la CBS, un 54% de los republicanos no quieren que se presente a las presidenciales.
Ahora bien, todo esto no justifica el espacio exagerado que los medios norteamericanos dedican a Sarah Palin. Esta cobertura no puede ser sólo fruto del interés de los lectores, sino de la auténtica obsesión por ella que existe en las redacciones de los periódicos. Si no, no se explicaría, por ejemplo, el frenesí informativo relativo a la publicación de los 13.000 e-mails enviados por Palin entre el 2006 y el 2008, cuando era gobernadora de Alaska.
Tanto The New York Times como The Washington Post, dos de las principales cabeceras del país, llegaron a enviar a un equipo de reporteros a Juneau, la recóndita capital de Alaska, para estudiar los e-mails. Ante su incapacidad de digerir rápidamente el volumen de información, unas 24,000 páginas metidas en 6 cajas de unos 20 kilos cada una, pidieron ayuda a los lectores a través de sus páginas webs para que les asistieran a interpretarlas.
Dos días después de la publicación de los e-mails, y sin que se haya encontrado ningún “bombazo”, todo el frenesí de los días previos parece aún más fuera de lugar. Resulta curioso que los e-mails generaran tanta expectación en los medios, sobre todo teniendo en cuenta que además de las 24.000 páginas hechas públicas, sabían de la existencia de otras 2.000 que el gobierno de Alaska no ha “desclasificado”. Seguro que si hay algún secreto realmente de interés público, estará precisamente ahí, cerrado a cal y canto en un despacho de Juneau.
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