Robert Gates’ Legacy

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Posted on July 1, 2011.

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Con una ceremonia en el Pentágono, en la que el presidente Obama le hizo entrega de la Medalla de la Libertad, Robert Gates puso fin hoy a su etapa como secretario de Defensa. Y lo ha hecho entre los elogios de la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses. Algunos incluso lo han definido como el mejor secretario de Defensa de la Historia de EEUU.

Esta última afirmación puede ser un tanto exagerada. Sin embargo, la admiración que despierta Gates es perfectamente comprensible. En un momento de gran polarización política, en el que los estadistas brillan por su ausencia, y el principal interés de la gran mayoría de políticos pasa simplemente por su reelección, Gates es un ejemplo de abnegado servicio público. Y es que, en las últimas décadas, es el único secretario que ha servido a dos presidentes de partidos diferentes.

A Gates, un oficial de las Fuerzas Aéreas y director de la CIA retirado, recurrió George Bush en otoño del 2006 para solucionar el auténtico marasmo en el que se había convertido la guerra de Irak. Por su sobriedad y pragmatismo, algunos lo compararon con al genial personaje de “señor Lobo” en Pulp Fiction, que interpretó Harvey Keitel, y cuya tarea era arreglar desaguisados.

En un principio, su elección causó sorpresa, pues Gates se había manifestado públicamente contra la guerra de Irak. Su ideología y actitud vital contrastaban completamente con la de su predecesor, el denostado Donald Rumsfeld. Precisamente por eso, lo debió elegir Bush.

Tras recibir el encargo de poner fin a la guerra de Irak de la forma más digna posible, Gates ordenó una escalada militar que parecía contraria a sus planteamientos. Muchos le acusaron de mantener una actitud servil hacia Bush, y de poner por delante sus ambiciones a su integridad. Sin embargo, el tiempo acabó dando la razón, y en un plazo de dos años ya se había ganado el reconocimiento público.

Más allá del giro que imprimió a la guerra de Irak, se ganó elogios unánimes por su efectividad en el manejo de la enorme burocracia del Pentágono. A Gates no le tembló la mano a la hora de disciplinar a varios altos cargos, ya sea por negligencia en el trato sanitario a los soldados o el control de las cabezas nucleares. Tampoco dudó en ordenar de forma inmediata tras su nombramiento la fabricación y envío de 27.000 blindados a Irak, que salvaron centenares de vidas en los ataques con minas.

Fue por su eficacia que Obama le propuso continuar en el cargo. Gates ya había anunciado que le apetecía retirarse, pero aceptó. Posteriormente declaró que no podía rechazar el encargo del presidente. Su servicio al país estaba por delante de agendas políticas, o los planes de su vida personal. Nada menos que tenía el encargo de solucionar otro nuevo desaguisado: la guerra de Afganistán. Pero eso sí, advirtió que no terminaría el mandato.

Un asunto por el que Gates ha recibido aplausos y críticas a la vez es su intento de frenar el aumento exponencial del presupuesto del Pentágono. En numerosas ocasiones, el secretario ha denunciado el despilfarro del entramado militar-industrial. Por ejemplo, tras una dura batalla consiguió que no se ampliara la flota de cazas F-22 por considerarlos desfasados para el tipo de guerras actuales. No obstante, muchos le acusan de haber hecho más discursos que recortes, pues la realidad es que el presupuesto de su departamento ha continuado creciendo bajo su mandato.

A pesar de haber presidido las escaladas militares en Irak y Afganistán, si le preguntaran a Gates cuál le gustaría que fuera su legado, probablemente respondería que el haber ayuda a que en el futuro se utilice con mayor prudencia el poderío militar de EEUU. No en vano recientemente dijo: “Cualquier futuro secretario de Defensa que aconseje al presidente enviar otra vez un gran ejército de tierra a Asia o Oriente Medio debería ir a que le examinaran la cabeza”.

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