Drug Dealers, Guns and Territory

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Estados Unidos solo puede tenerlo bien claro: toda la región resiente la guerra contra el narcotráfico que debe enfrentar, padecer y financiar por culpa de la insaciable demanda de drogas al otro lado de Ciudad Juárez. La otra causa de esa dolorosa lucha, la voracidad de quienes, desde el sur, están dispuestos a todo con tal de amasar fortuna con el tráfico de estupefacientes, inspira menos recriminaciones quizá porque carecen de un rostro único y concreto. La cumbre de gobernantes para tratar los temas de seguridad fue la ocasión para que todos los países enviaran su mensaje a la secretaria Clinton, aunque ella no alcanzara a escucharlos. La región está dispuesta a combatir el narcotráfico, pero exige una corresponsabilidad diferenciada. No se puede pedir a América Central lo imposible. Estas naciones son incapaces de financiar una lucha que las desangra si Estados Unidos no financia buena parte de ella.

Lo que nadie se atreve a pedir sin embargo, es que se ponga fin a las condiciones que generan tanta muerte. Que se abra el mercado, que termine la prohibición y se regule el expendio de drogas.

Porque los centroamericanos también parecemos tener bien clara la posición del Norte. Washington no admite a remolones a la hora de enfrentar a los narcotraficantes. Bien puede escuchar los lamentos por los excesos y las atrocidades que acarrea la guerra contra los carteles, pero no entra siquiera a considerar un cambio de política en materia de la prohibición del comercio, ni está dispuesto a pagar toda la factura de esta lucha. La relación de pago que parece sugerir la Secretaria de Estado es de tres a uno. Por cada dólar que aporte Estados Unidos, los contribuyentes centroamericanos deben poner tres. De más está decir, como lo hizo Clinton, que quienes sufraguen estos gastos deberán ser los mayores negocios y los ciudadanos más ricos. Todos conocemos la falta de progresividad de las estructuras tributarias de la región y es mejor no soñar con que la luna es de queso. Estados Unidos promete imponer límites a la venta y distribución de armas desde su país hacia México, pero puestos a decir la verdad, los narcotraficantes en América Central no necesitan de los armeros gringos para aperarse. En la región existe tal volumen de armas largas después de nuestras guerras internas, y existe además tanta corrupción en los ejércitos locales, que basta con abrir el polvorín de cualquier cuartel en El Salvador o Guatemala para surtirse de plomo y granadas de mano.

Lo más descorazonador, sin embargo, es percatarse de que Washington ve a Colombia y a México como los ejemplos a seguir. Y nosotros ya sabemos lo que eso significa. Guerra abierta contra los carteles, con gran cantidad de personas inocentes muertas y muchas libertades civiles limitadas a causa de la batalla.

Vean la lucha que lleva adelante el poeta mexicano Javier Sicilia, quien perdió a un hijo en su país a causa de la guerra contra el narcotráfico y la dureza de las autoridades frente a su reclamo. Simplemente, la guerra tiene que proseguir.

Lo más preocupante para Guatemala es que al carecer de una institucionalidad sólida, entra a la guerra en condiciones de alta vulnerabilidad. Y en parte por eso, y por nuestra historia, y en parte por la cercanía geográfica a México y a Estados Unidos, la violencia aquí se exacerba. Honduras ni El Salvador padecen aún los hechos de sangre provocados por el narcotráfico que Guatemala ha vivido. En cambio, comparten con nuestro país una criminalidad común y un índice de muertes violentas a causa de esa criminalidad que supone ya un gigantesco reto para sus propios estados.

Quién pudiera vivir esta guerra como lo hace Nicaragua, o en cierta medida Costa Rica y Panamá, con muchas menos muertes y con mayores niveles de tolerancia.

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