El paralelismo Obama-Zapatero que ha tratado de venderse es más aparente que real, más externo que interno
NO hemos tenido visita de Obama, pero hemos tenido la de quien pudo ser primera presidenta norteamericana, Hillary Clinton, una especie de premio de consolación en unas relaciones casi idílicas. Todo lo que fueron conflictos con la administración Bush, se convirtió en «seguidismo» de la política USA al llegar Obama a la Casa Blanca. Zapatero ha hecho todo lo posible para traerle a España y lograr lo que Leire Pajín llamó una «acontecimiento planetario». Pero los muchos y enormes problemas externos e internos que esperaban al nuevo presidente norteamericano, fueron posponiendo la visita hasta llegarse a este final agónico de Zapatero, sin que tuviera lugar. De hecho, la única «cumbre» que sostuvieron fue telefónica, cuando, en mayo de 2010, Angela Merkel llamó a Obama para decirle que la resistencia española a adoptar recortes drásticos podía hacer descarrilar la Unión Europea. Ante lo que Obama llamó a Zapatero pidiéndole que las tomase. Bastó para que éste diera un giro copernicano a su política económica y social.
Un eco de aquella llamada ha habido en esta visita de Hillary, cuando tras alabar las reformas hechas por el Gobierno español, le pidió firmeza en completarlas. Pues pese a todas sus promesas, no las ha completado.
La visita, por lo demás, transcurrió apacible, con un cierto aire de despedida. La secretaria de Estado norteamericana se entrevistó con el Rey, con Zapatero, con Rajoy, y prefirió reservarse la primera noche en vez de la cena oficial que le había preparado su colega española. A Hillary le encanta Madrid y recordarán que en una anterior visita se compró una capa española. No es la única Clinton que le gusta saltarse el protocolo, aunque, eso sí, dentro de un orden.
Se cierra así una etapa de las relaciones hispano-norteamericanas marcadas por la sintonía, excepto en algunos arranques impetuosos de la ministra de Defensa, Carme Chacón, resueltos de inmediato por Zapatero. No hay duda de que su entorno ha tratado vender un paralelismo entre ambos presidentes: ambos son jóvenes, atractivos, gustan del baloncesto, tienen hijas pequeñas. Pero las diferencias son mucho mayores y profundas, Obama tuvo que sudar para llegar adonde llegó, mientras a Zapatero se lo regalaron. Más importante: el norteamericano llegó a la presidencia con un enorme afán conciliador, que le hizo retener algún miembro del gabinete Bush, dispuesto a resolver los problemas más urgentes de su país sin cambiar su línea de siempre. Mientras el español vino dispuesto a dar la vuelta a España, reescribir su historia y encerrar a la oposición en un lazareto. En otras palabras: Obama es un hombre de centro. Zapatero, un radical, aunque lo oculte tras una sonrisa. El resultado es que Estados Unidos va resolviendo sus problemas, mientras los nuestros aumentan.
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