Fourth of July Pariahs

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“E pluribus Unum” (De muchos uno). Originalmente, el lema que hacía alusión a la integración de las trece colonias que fueron la fuente fundacional de Estados Unidos, ha adquirido otro significado en el discurso político de una nación que se ha forjado sobre los hombros de inmigrantes.

Cuando el pasado 10 de mayo el presidente Barack Obama viajó a la frontera con México para relanzar su campaña a favor de una reforma migratoria, volvió a hacer alusión al lema fundacional de Estados Unidos, para utilizarlo como emblema de una nación que se ha definido a sí misma como tierra de inmigrantes desde su fundación el 4 de julio de 1776.

Como una nación de carácter incluyente que, tristemente, se ha transformado poco a poco en un país de vena cada vez más excluyente.

Con más de 11 millones de indocumentados, Estados Unidos celebra este 4 de julio no como esa nación a la que sus padres fundadores le imprimieron un carácter plural e incluyente. Sino como un país que, ante la incapacidad de mantener a raya a las fuerzas nativistas que comulgan con proyectos de limpieza étnica y políticos que sacan provecho del viejo odio antinmigrante, hoy cuenta con la población indocumentada más grande del planeta.

Cuando éste 4 de julio los fuegos artificiales, los himnos y hosannas rindan tributo a quienes han luchado no sólo por la independencia de Estados Unidos, sino por esas generaciones de inmigrantes que han hecho posible ese crisol de razas, culturas e identidades que conforman la Unión Americana bajo un solo Dios, una sola bandera y un solo destino, los convidados de piedra volverán a ser los inmigrantes indocumentados.

Esos a quienes se les sigue negando el derecho de ciudadanía en medio de una campaña de odio racial y de rechazo cultural. A esos que, durante más de medio siglo, se les han negado sus derechos civiles y se les ha reducido a su condición de esclavos de la era moderna. Esos que, con su formidable fuerza de trabajo, han contribuido a levantar ciudades enteras, rascacielos, puentes y carreteras y han generado riqueza a corporaciones dentro y fuera de Estados Unidos.

Esos que han muerto defendiendo la bandera y la seguridad de una nación que les siguen regateando el derecho a una patria y a un destino en común.

Cuando la bancada demócrata reintrodujo el pasado 23 de junio sendas iniciativas de ley para legalizar la situación de millones de indocumentados y para hacer realidad la propuesta de ley conocida como Dream Act –para legalizar a poco más de 2 millones de hijos de indocumentados–, muy pocos veteranos de la lucha por los derechos de los inmigrantes confiaron en la sinceridad no sólo de los demócratas, sino del propio presidente Obama.

Y a pesar de los discursos grandilocuentes del propio Obama y la vehemente defensa de congresistas como Dick Durbin o Patrick Leahy a favor de una reforma migratoria, lo cierto es que la falta de apoyo y consenso bipartidista en el Congreso hace altamente improbable su nacimiento como ley durante la actual legislatura.

Por eso, cuando éste 4 de julio Estados Unidos festeje su 235 aniversario como nación independiente, aquellos que siguen viviendo bajo el temor a ser detenidos y deportados; aquellos que no conocen otra nación más que la que les ha nutrido desde su infancia bajo los principios de igualdad, libertad y prosperidad, lo vivirán desde ese submundo de explotación e ilegalidad que los acredita como los parias de la era moderna.

Para ellos, la declaración de la Independencia que claramente afirma que “todo ser humano es igual y está dotado con ciertos derechos inalienables otorgados por nuestro Creador”, se convertirá un año más no sólo en un enunciado hueco y carente de todo valor.

Sino en el trágico recordatorio de ese agravio comparativo que han vivido durante demasiado tiempo bajo el idílico principio discursivo del “E Pluribus Unum” (De uno muchos), aunque en la realidad, bajo su triste condición de “E Pluribus Nullus” (De muchos ninguno).

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