Flying Pigs

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Después de los últimos acontecimientos ocurridos, uno se explica ahora por qué nunca se concretó la famosa amenaza de demandar al diario neoyorquino Wall Street Journal y al diario madrileño El País por supuestas injurias. Y es que en ninguna corte de los Estados Unidos, federal o estatal, o de España –o si se quiere de Bélgica, Alemania, Chile o Canadá, para citar solo pocos ejemplos–, habría sido posible el circo de justicia que tuvimos.

Alguien tiene que haberle advertido al acusador seguramente que en esos países los jueces toman muy en serio el derecho penal; que allá las instituciones judiciales son independientes del poder político; que en esos lares los magistrados no se prestan a que una de las partes, a espaldas de la otra, le envíe ya escrita la sentencia al juez para que simplemente la transcriba y la firme; que las sentencias allá son de gran rigor científico; que esos jueces no conceden así nomás, sin prueba alguna, millones de dólares por supuestos daños y lucro cesante aunque el demandante sea un rey; que allá los consejos de la judicatura no son vasallos del poder.

El acusador probablemente descubra lo que es una justicia independiente si algún día tiene que comparecer ante una instancia extranjera o internacional por alguna razón. Hoy las cortes de muchos países y los tribunales internacionales están expandiendo su jurisdicción a límites insospechados. Allí quizás tenga oportunidad el acusador de sentir lo que es someterse al imperio de la ley y no al de sus apetitos.

Recordará con nostalgia los días cuando era el dueño de la justicia en su paisito; cuando él mismo era juez y parte; cuando entraba a sus audiencias escoltado por militares armados y funcionarios públicos, a pesar de decir que lo hacía como simple ciudadano. Recordará a esos jueces que les negaban a sus acusados las pruebas solicitadas para dejarlos en indefensión, jueces que para complacerlo leían supuestamente miles de páginas y escribían cientos de carillas en pocas horas, y que le aceptaban dócilmente cualquier payasada jurídica que esgrimía, hasta la de que los cerdos vuelan. Extrañará cuando usaba dineros públicos en cadenas para defender una querella “privada” y podía injuriar libremente sabiendo que estaba judicialmente protegido.

Claro que fue un día nefasto para la libertad de expresión, el 20-7. Pero más lo fue para el derecho ecuatoriano. La sentencia ya ha recorrido el mundo. La pregunta que, una y otra vez, han hecho juristas, académicos, organismos internacionales de derechos humanos de Europa y otras partes ha sido siempre la misma: ¿cómo pudo un juez haber firmado semejante cosa?

La degradación del sistema judicial no es nueva. La diferencia es que los antiguos titiriteros movían sus instituciones con manos diestras que apenas podían verse, mientras que los de hoy lo hacen burdamente. La sentencia es la mejor prueba. Ni con todo el poder a su disposición hicieron el esfuerzo por producir algo presentable. Claro que también es verdad que lo que natura no da, el poder no presta.

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