The Stock Markets Know Best

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El grado inversor no es ciertamente el mítico balde lleno de oro al pie del arco iris. Es apenas una nota de aprobado, útil pero tardía cuando los méritos acumulados por un país han sido reconocidos por los mercados antes que por las calificadoras de riesgo. Es lo que está ocurriendo con Uruguay. Fitch Ratings y Moody´s subieron un escalón a nuestro país, dejándolo solo a un pequeño paso de recuperar el grado inversor, que tuvimos durante cinco años hasta que lo perdimos durante el tembladeral financiero de 2002. Es probable que Standard&Poor´s, la otra calificadora principal, tome igual camino. Pero entre tanto, seguimos en la categoría de países cuya deuda pública es considerada de pago probable pero incierto.

Esta precavida definición técnica contrasta con la percepción de los mercados, donde los bonos uruguayos siguen en demanda creciente por su confiabilidad y a un precio cada vez más alto. Bank of America, el mayor banco comercial de Estados Unidos, acaba de vaticinar que seguirán subiendo. La confianza inversora se fundamenta en el presente y en el pasado. A diferencia de Argentina y tantos otros países, Uruguay jamás cayó en cesación de pagos, ni siquiera cuando estábamos al borde del colapso hace nueve años. Y actualmente muestra, en general, una situación macroeconómica comparativamente saludable.

Pese al exceso de un gasto público imprudente y a una inflación dura de bajar, el gobierno se ha comprometido oficialmente a crear un pequeño colchón de reservas y líneas de crédito contingentes que amortigüe eventuales sacudones externos, derivados de las tormentosas debilidades europeas y las dificultades de Estados Unidos en abatir su gigantesca deuda pública. La aprobación de la ley de asociación de privados con el Estado incide además en facilitar inversiones externas en obras de infraestructura, contribuyendo al crecimiento de la economía y aportando una garantía adicional de que el país dispondrá de los recursos para mantener el pago riguroso de su deuda. Pese a todos estos elementos, las empresas calificadoras siguen mostrándose parsimoniosas en admitir lo que los mercados ya decidieron. Tal vez lo hacen para reducir el peligro de volver a quemarse las manos. Su condición tradicional de oráculos infalibles de la solidez financiera de países y empresas se derrumbó en 2008, cuando instituciones calificadas como fortalezas inexpugnables se derrumbaron de un soplido en la crisis mundial generada en el mercado hipotecario de Estados Unidos.

Igualmente sirve recuperar el grado inversor, como diploma de graduación para colgar en la pared. Pero mucho más importante es que, como está sucediendo, los inversores paguen precios cada vez más altos por los títulos uruguayos de deuda pública, que sigan trayendo sus capitales al país para emprendimientos productivos y que el riesgo país se mantenga entre los más bajos de la región y del mundo. El grado inversor será bienvenido si, como es probable, retorna en el futuro cercano. Pero la bienvenida no significará echar las campanas a vuelo, ya que solo representará la confirmación de un prestigio que Uruguay se ha ganado desde mucho antes en los mercados y entre los inversores externo

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