Dangers Remain despite the Budget Agreement

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El gigantesco potencial económico de Estados Unidos siempre le ha permitido sortear a la larga tropezones bélicos y financieros en su historia. Pero aunque lo mismo ocurra ahora en alguna fecha futura, pocos traspiés lo han desacreditado tanto como la emparchada salida a la crisis de la deuda pública que acaba de aprobarse. La solución más lógica era la propuesta inicial de Barak Obama de aumentar la autorización para endeudarse a cambio de un ajuste fiscal equilibrado entre aumento de impuestos y recorte de gastos. La debilidad y falta de liderazgo del presidente, cuyo Partido Demócrata ha perdido la mayoría en la Cámara de Representantes que tenía inicialmente, lo obligó sin embargo a transar con el opositor Partido Republicano, en medio de tironeos de política menuda que desprestigian a la nación más poderosa del planeta.

Aunque la fórmula acordada aventó el fantasma de un impensable default parcial y calmó a los intranquilos mercados financieros, sus efectos adversos se sentirán por largo tiempo dentro y fuera de Estados Unidos. A cambio de un aumento del 15% en la autorización parlamentaria para endeudamiento, Obama se vio obligado a renunciar a su proyecto de subir impuestos a los sectores más acaudalados y a aceptar, en cambio, un vasto recorte del gasto público. Esta reducción, que supera al total en que se podrá aumentar la deuda, restringirá servicios sociales en salud, educación y subsidios a desocupados, castigando a una población que sufre un inusual desempleo del 9,2% desde la crisis desatada por el estallido de la burbuja hipotecaria a fines de 2007.

El hecho de que el acuerdo parlamentario sobre la deuda empeora las perspectivas de millones de estadounidenses, ya afectados por la fluctuante recuperación lenta de la economía, incluso llevó a legisladores del partido de Obama a votar en contra. Pero sus efectos cuestionables van aun más lejos. Mostraron a los diputados republicanos aprovechando su mayoría para defender intereses menores de política interna y jugar con futuros cálculos electorales. Especialmente el Tea Party, ala derecha de ese partido, bloqueó sin fundamento la fórmula inicial de Obama. Pero, sobre todo, el enredado proceso de las negociaciones mostró una profunda erosión de la capacidad de liderazgo maduro del sistema político, desde la autoridad presidencial hasta el funcionamiento de los partidos.

Las consecuencias no son menos graves fuera de Estados Unidos. El recorte del gasto público restringirá aun más la ya disminuida capacidad de consumo de los estadounidenses, lo que, agregado a las crisis en varias naciones de la Unión Europea, afectará a los países que exportan a los dos mayores bloques económicos. La debilidad del dólar agravará la amenaza inflacionaria en países emergentes con monedas revaluadas, como es el caso de Brasil y Uruguay. Y los grandes tenedores de bonos de Estados Unidos, especialmente China, y Brasil en la región, verán oscilar esas inversiones en la cuerda floja. Todo apunta a un período de inquietud mundial al cual Uruguay no escapará, ya que nuestro fuerte crecimiento económico actual está estrechamente atado a mercados de exportación de incierta continuidad futura y a los previsibles vaivenes monetarios.

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