La polémica elección presidencial estadounidense entre George W. Bush y Al Gore en el año 2000 fue tan cerrada que revivió en la mayor democracia del mundo un fantasma de fraude que sólo había asomado antes en la contienda de John F. Kennedy con Richard Nixon en 1960. Y, además, demostró que Estados Unidos estaba dividido prácticamente a la mitad. A nadie le preocupó eso porque nadie pensaba entonces que la gran potencia comenzaría a mostrar debilidad económica.
La victoria histórica de Barack Obama en 2008 creó el espejismo de que esa división estaba superada, porque si bien su triunfo fue holgado en el conteo distrital (casi tres a uno), en el llamado voto popular —es decir, en el voto por voto de los ciudadanos— la elección se dividió casi igual que cuatro y ocho años antes: 52% para un bando (los demócratas de Obama) y 48% para el otro (los republicanos al lado de John McCain).
Más de una década lleva esa polarización en Estados Unidos y los efectos de no superarla, o por lo menos administrarla correctamente por la vía de la negociación, ya se trasladaron de lo meramente político a lo económico.
Apenas capoteada la gran crisis de 2008, ocasionada por la laxa regulación a los gigantes de la especulación financiera, quedó un consenso: Estados Unidos arrastra desde hace años un problema estructural con su mal manejo de deuda que debe resolver tarde o temprano, pero esa realidad no planteaba, hasta hace unas semanas, la amenaza de desatar una nueva crisis a corto plazo. Se pensaba que la negociación política, en medio de la polarización, permitiría superar el problema. Pero no. Ganaron los extremos: la trabazón política en el Congreso estadounidense llegó a tal punto que un jaloneo parlamentario se convirtió en una emergencia financiera internacional.
Hoy se debate si fue el radicalismo del Tea Party (el ala más conservadora del Partido Republicano), el temor del resto de los republicanos, la displicencia del Partido Demócrata o la falta de liderazgo de Obama lo que ocasionó esta crisis americana que los expertos distinguen de la europea de la siguiente manera: en el Viejo Continente estaba ya en curso un problema de origen financiero, y acá la crisis es simplemente de percepción, pero ya sumadas amenazan con revivir el caos económico internacional de hace tres años.
La respuesta es una combinación de los cuatro factores mencionados y lo importante es lo que revela: el fracaso político puede desembocar en el fracaso económico.
Para México hay enseñanzas. Reeditar en 2012 la película de buenos contra malos en una guerra a muerte será asegurar el círculo vicioso: polarización política-debilidad económica-más desigualdad-mayor encono.
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