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Posted on August 17, 2011.
Las autoridades económicas (y políticas) de todos los países del mundo están a la expectativa de lo que, casi minuto a minuto, suceda en las economías avanzadas, en particular en Estados Unidos y en la eurozona, que experimentan problemas tan serios que cualquier acción que tomen aparejará un costo social. Ante eso, lo sensato es optar por la opción menos dolorosa en el mediano y largo plazos.
El hecho, en resumen, es que los países que conforman el grupo conocido como PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) enfrentan problemas de altísimo endeudamiento público, de déficit fiscal, y de desempleo. En ellos el desempleo duplica y triplica el de Costa Rica y en el caso de España, donde una de cada cinco personas en capacidad de trabajar no encuentra chamba, la cosa es trágica.
Esos países llegaron a donde están por su propia voluntad: porque, aprovechando el crédito barato que aparejó el ingreso a la Unión Europea y la adopción del euro como moneda, consumieron más allá de lo que permitían sus chequeras. Hoy requieren el auxilio del FMI y de los otros socios de la eurozona, en particular de Alemania, la principal economía del área, que sí ha actuado con ejemplar prudencia.
Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos muestra hoy indicadores macro (e.g., déficit fiscal, endeudamiento público y desempleo) similares a los de los PIIGS y el mercado, por un tiempo, le otorgó el beneficio de la duda, calificando su deuda con buena nota. Pero algunas calificadoras ya le asignaron perspectiva “negativa”, lo cual significa que, si no mejoran pronto los indicadores, la nota podría ser rebajada.
Conscientes de esto, los dos partidos principales (Republicano y Demócrata) llegaron a un acuerdo, de difícil parto, que permitió elevar el límite de la deuda a cambio de que, con la adopción de medidas concretas, y creíbles, en un plazo de varios años se reduzca el déficit fiscal.
En el pulso político jugó un papel fundamental el movimiento conocido como TEA Party, conformado básicamente por un subconjunto de republicanos que consideran que los problemas económicos que hoy vive el país se deben a incremento desmedido del gasto público, y que –por ende– lo que procede es bajarlo con firmeza.
Los miembros del TEA Party son radicales (llaman pan al pan, vino al vino y chicha a la chicha) y no están dispuestos a permitir que el déficit fiscal se reduzca elevando impuestos, pues eso daría luz verde a un estado más grande. Ellos aborrecen más impuestos, pues consideran que ya pagan muchos. Recuérdese que su nombre no fue escogido en vano: TEA significa “taxed enough already”. Es cierto que cualquier medida de restricción de gasto (público o privado) es, en el cortísimo plazo, recesiva; pero mantener el gasto desbocado es peor, pues (que sepamos) no vivimos en un mundo que acaba mañana. Cuando alguien topa el límite de la tarjeta de crédito, y hasta se queda sin recursos para hacer frente a los pagos convenidos, sería irresponsable para el emisor de la tarjeta duplicarle el límite. Lo mismo, lo mismísimo, opera para los países.
¿Volver a Keynes? Algunos, entre ellos don Ottón Solís, opinan que lo que el mundo necesita hoy es más poder de compra; más tarjetas de crédito con superiores límites, pues eso es lo que recomienda la doctrina keynesiana. Pero Lord Keynes lo que recomendó fue gasto elevado, de naturaleza anticíclica (es decir, reversible), en períodos de vacas flacas, a cambio de gasto bajo en los de las vacas gordas. Pero muchos políticos e intelectuales del ala izquierda de la socialdemocracia favorecen, contrario a Keynes, que el gasto elevado, promovido por el Estado, sea permanente. ¡Si el Estado pudiera, de esta manera, producir maná, no habría país pobre en el mundo! ¿Dónde quedaría el dictado divino, después del laps vs. humani generis, “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”?
El problema actual, dicen algunos, es que Alemania y otros países ordenados no gastan lo suficiente, y muestra de ello es que ahorran mucho y operan con un saldo positivo de balanza de pagos.
Que ellos deberían imitar a los griegos y portugueses, e irse de pachanga once meses al año. Esto es lo mismo que decir que el problema de una fábrica de guaro es que hay en el mundo demasiado abstemios, o, lo que es lo mismo, no hay suficientes borrachos.
Poner orden en las finanzas y las economías del mundo va a requerir sacrificios inmediatos. En el caso de Grecia y Portugal, por ej., va a ser necesario sacrificar a sus acreedores y obtener de ellos un “recorte” (perdón) grande de sus acreencias y, además, que otros países les sirvan de fiador para que el costo de la deuda restante no sea alto. De otra manera sus economías no alzarán vuelo.
En el caso de Estados Unidos, nuestro gran socio comercial, será necesario que logre convencer a las autoridades políticas, y a los actores financieros del mundo, que en un plazo razonable (e.g., ocho o diez años) logrará bajar el peso de sus elevadísimos déficits y deuda pública sobre la economía.
Para eso esta tiene que recuperar la senda del crecimiento. Difícilmente podrá hacerlo si elevan la carga tributaria y se penaliza el espíritu empresarial. Por ello muchos estadounidenses han comenzado a decir, y hasta gritar, al morenito Obama: “We are taxed enough already, Mr. President. No more taxes”.
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