The United States, NATO and Libya’s Last Gasp

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“Permítanos actuar por usted”, seguirá siendo el santo y seña de las grandes potencias.

Cuando hablamos de guerras, los habitantes de este planeta dejamos de masticar vidrio hace largo

tiempo y ya no compramos el verso de que estas recurrentes empresas bélicas son emprendidas,

como retóricamente se sostiene, en defensa de la democracia o de ayuda humanitaria. Es terrible

perder la inocencia, pero acaso quede la posibilidad de no perder la conciencia.

Conciencia de que los conflictos bélicos que vemos en el mundo, Afganistán, Irak y ahora Libia,

encubren oscuros intereses, ocultas agendas geopolíticas o simplemente redondos negocios para grupos elitistas en el poder; y conscientes de que la opinión pública es retorcidamente manipulada.

El caso de Libia probablemente no sea distinto al de Irak, y Gadafi, dentro del guión, es el nuevo dictador desequilibrado del cual las grandes potencias -como superhéroes- deben proteger al pueblo de Libia y al mundo.

Existen sobrados motivos para dudar de las razones que invocan la Onu y la Otan para justificar la intervención: impedir que Gadafi reprima un movimiento de protesta democrático y desencadene un río de sangre.

Creer que el país del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, y sus aliados están dispuestos a gastar miles de millones de dólares en armas solamente para proteger a los desamparados ciudadanos de Libia, un país en el norte de África que ha sido históricamente objeto de la explotación occidental, más que inocencia revelaría ingenuidad o indiferencia: es de una lógica perversa querer proteger a la población civil y luego arrojar misiles y bombas a los lugares donde viven.

El conflicto generado, planificado y financiado por Estados Unidos y las potencias europeas es, a todas luces, el despliegue de la defensa de los intereses del capitalismo: petróleo seguro para Europa y el sistema.

De aquí en adelante cualquier cosa puede pasar. Desde la rendición de Gadafi hasta su ejecución, pasando incluso por la opción de una guerra de larga duración.

Sin dudas que el ataque despiadado del régimen de Gadafi contra los civiles opositores

requería algún tipo de respuesta, aunque el debate entre quienes creen en la necesidad de intervenir militarmente por razones humanitarias y quienes opinan que es peor el remedio que la enfermedad no ofrezca casi nunca una única y válida respuesta. Pero también es cierto que la intervención se llevó a cabo tarde y mal.

Claude Lanzmann, autor de la película Shoá, y que firmó en un principio el llamado a tomar acciones contra los bombardeos de Gadafi, publicó días atrás una enfurecida diatriba contra el curso de la guerra en Libia y la manera como “Occidente” apuesta por una guerra “sin muertos”, lo que en la realidad solo significa que no hay muertos de un lado: el de la intervención.

Los errores de la Otan en días pasados, matando en diferentes operaciones a decenas de civiles opositores al régimen, explican por sí solos la repugnancia que termina produciendo una guerra en la que una parte de los combatientes se resguarda detrás de una tecnología muy superior y que minimiza todo riesgo personal. La realidad nos muestra, una vez más, que las guerras “limpias”, “asépticas”, no existen, tampoco cuando se hacen en nombre del “bien”.

¿A quién le importa el pueblo libio?

Este tipo de circunstancias se presta para las conclusiones más simplistas o malintencionadas.

Si condenamos la intervención de Naciones Unidas se nos acusará de apoyar a Gadafi, el tirano del país magrebí. Si en cambio condenamos a Gadafi seremos tachados de pro imperialistas que avalan el intervencionismo.

Hay otros puntos de vista. Y uno de ellos es que el pueblo libio no merece ni la intervención armada ni la permanencia de este falso mesías en el poder ni que las potencias que controlan el mundo le “resuelvan” el problema.

El punto es que esta intervención no es solo para sacar a Gadafi del poder sino también para controlar Libia una vez que se logre este objetivo. Es irónico pensar que las naciones responsables del colonialismo sean ahora las portadoras de la llave hacia la libertad. Ellas, al igual que el propio dictador Gadafi, tienen sus cálculos y sus prioridades.

Y seguramente en esa lista el primer lugar lo ocupan los yacimientos petroleros y el último sitio de la fila lo ocupa el pueblo libio.

Los saldos de la intervención

Se pretende combatir la sangre, la muerte y la violencia con más sangre, más muerte, más violencia. Libia quedará hecha trizas. No importa, al igual que en Irak no faltarán compañías dispuestas a ponerles la mano a los contratos de la reconstrucción.

Otro aspecto que no hay que perder de vista es que estamos ante la consolidación de un orden internacional absolutamente antidemocrático, y en eso se parece al régimen de Gadafi.

Un grupito decide por la mayoría. El Consejo de Seguridad sustituye a la comunidad internacional. Las potencias deciden intervenir y el resto se lo calla, acepte o no esa decisión.

Aun siendo Gadafi indefendible, es mucho lo que arriesga el mundo si se solaza en esta vieja manera de resolver los conflictos internos. Aplaudir esta intervención es renunciar a la posibilidad de que los pueblos se liberen por sí mismos. No hay intervencionismo bueno y malo. No puede haber doble moral ni doble rasero a la hora de evaluar la acción militar contra el régimen personalista y corrupto de Gadafi.

Las potencias que aprobaron la intervención ya tienen su nueva guerra y los fabricantes de armas su oportunidad de reactivar sus negocios. El botín petrolero que está en juego cobra mayor importancia que el desastre nuclear en Japón.

No hay guerras gratis

Así como en diplomacia no hay almuerzo gratis, en la guerra mucho menos.

¿Cuántas muertes más aún? ¿Cuántos niños serán asesinados todavía en Libia gratuitamente para dar gusto al gran capital? ¿Quién va a juzgar a los responsables de esta guerra ilícita?

La Corte Penal Internacional, ¿se atreverá a investigar? George Bush hijo, el carnicero de Bagdad, ¿no vive feliz después de sus crímenes en Irak? ¿Fue juzgado o acusado siquiera ante La Haya?

La Otan ha pulverizado un hospital de niños. El mundo entero asiste a crímenes dirigidos explícitamente a aterrorizar a la población civil. ¿Con qué argumentos se nos va a decir que han ido a Libia para proteger a las poblaciones civiles? La vida de los libios les importa muy poco.

Si la Otan está obligada a pasar por este género de crímenes ignominiosos, es porque es consciente de haber perdido la guerra de forma más que lamentable.

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