Los costos de la guerra
Por: ADRIANA LA ROTTA | 5:22 p.m. | 02 de Septiembre del 2011
La guerra contra el terrorismo ha sido la más larga y tal vez la más cara en la historia de Estados Unidos.
NUEVA YORK. En una semana se cumplen diez años del ataque terrorista a las Torres Gemelas, hasta hoy el evento mas definitivo del siglo y
de más impacto en la vida cotidiana de los norteamericanos.
Recuerdo exactamente lo que estaba haciendo cuando vi por primera vez la imagen de los edificios en llamas. Pero el momento que me
quedó grabado en los días que siguieron al atentado fue la alocución ante el Congreso del presidente George W. Bush.
Aunque no era mi guerra, ni había sido mi país al que habían golpeado, la noche del discurso sentí la necesidad de oír a Bush y aplaudí por
dentro cuando prometió, en nombre no solo de su patria sino de todo el mundo libre, que se haría justicia. Si los fundamentalistas islámicos
querían guerra, eso era lo que iban a tener.
Una década más tarde, la euforia revanchista ha sido remplazada por una mezcla de agotamiento y escepticismo. Bush nunca se
comprometió a librar una guerra rápida. Pero ni en la peor de sus pesadillas pudo haberse imaginado que vería a su país tan empantanado en
tantos frentes y sin un final a la vista.
La guerra contra el terrorismo ha sido la más larga y tal vez la más cara en la historia de Estados Unidos.
Las cifras varían según la fuente, pero se cree que el costo económico del conflicto podría estar entre tres y cinco billones de dólares. El
gasto militar estadounidense se ha duplicado en los últimos diez años, lo que, sumado a los recortes tributarios promovidos por Bush en la
época del atentado, ha tenido consecuencias desastrosas en las finanzas públicas y también en las personales.
En últimas, el costo de la guerra ha salido del bolsillo de los hogares, cada uno de los cuales, según el Nobel de economía Joseph Stiglitz,
ha tenido que desembolsar alrededor de 17.000 dólares.
El costo humano es aún más difícil de estimar, pero igualmente devastador. Se calcula en 250.000 el número de muertos entre soldados,
insurgentes y víctimas civiles en Irak, Afganistán y Pakistán. Si a eso se suma el número de heridos, el conteo podría llegar a un millón y la
cifra aumentaría de 7 millones a 8 millones si se contabilizan los refugiados y los desplazados internos.
Todas las vidas son valiosas y no voy a hacer comparaciones, pero, por donde quiera que se mire, el saldo es descomunal y no guarda
proporción con el total de los asesinados el 11 de septiembre, alrededor de tres mil personas.
Finalmente, la guerra ha tenido también un costo en términos morales, no solo porque Estados Unidos invadió a Irak con la falsa premisa de
que el régimen de Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, sino porque, en medio de la “niebla de la guerra”, ha violado derechos
humanos que siempre dijo defender.
La campaña contra el fundamentalismo no ha llevado los beneficios de la estabilidad o la democracia a los países en donde se libra, ni ha
servido para ganar la buena voluntad de sectores de la población en peligro de ser radicalizados.
Lo que es realmente amargo y desalentador es que, después de haber pagado un precio tan alto y de haber infligido enorme sufrimiento en
tantos inocentes, la vida de los norteamericanos es más incierta.
La economía es más frágil, la seguridad es más precaria, la rutina diaria -en aeropuertos, oficinas gubernamentales, bancos- es más
burocrática y difícil de navegar.
Sería fácil culpar apenas a George Bush y a su mentalidad guerrerista, pero lo justo es decir que, junto con él, había cientos de millones -de
dentro y fuera de Estados Unidos- que, envueltos en la bandera de la justicia, clamaban venganza.
Estos días en que los estadounidenses se preparan para recordar el sangriento ataque de Al Qaeda son también una oportunidad para
reflexionar sobre sus sangrientas consecuencias.
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