El 7 de septiembre, el Vicepresidente estadounidense Joseph Biden, publicó en varios diarios un artículo con su firma acerca de la visita que acababa de realizar a China. Bajo el titulo “China´s Rise Isn’t Our Demise” (El crecimiento de China no es nuestra muerte), el Vicepresidente descartaba las preocupaciones de sus compatriotas por el extraordinario desarrollo de China, y exponía las razones por las qué piensa de forma distinta y apuesta por relaciones normales.
Sin embargo, Stephen Glain, afamado periodista y escritor norteamericano con 25 años de experiencia como corresponsal de varios medios de EE.UU. en Asia y Medio Oriente valora que con “la reducción de los compromisos en Irak y Afganistán -sus objetivos declarados en Asia-, Washington no busca tanto retirar las fuerzas del Golfo Pérsico como prepararse para una guerra perspectiva contra China”.
En un artículo publicado a mediados de agosto con título The Pentagon’s new China War Plan (El nuevo plan de guerra con China del Pentágono), Glain cita fuentes especializadas en temas de la defensa que afirman que el Pentágono busca adaptar el concepto de Batalla Aire-Mar a un enfrentamiento con China.
La publicación “Dentro del Pentágono” había dado a conocer antes que un reducido grupo de oficiales de Marina de EE.UU. conocido como el “China Integration Team” estaba adaptando las tácticas de la Batalla Aire Mar a un conflicto potencial con China.
La batalla Aire Mar, desarrollada en los años 90 y codificada en un memorándum clasificado en 2009, es una fórmula para adaptar el poder militar estadounidense a las exigencias de una potencial respuesta a las “amenazas en el Pacífico Occidental y el Golfo Pérsico” (forma codificada de aludir a China e Irán). Complementa la Guía para la planificación de la Defensa de 1992, una especie de libro blanco del Gobierno llamado a impedir el surgimiento de cualquier “competidor del mismo nivel” que pudiera desafiar el dominio global estadounidense.
Esta Guía constituye un mandamiento del Pentágono para el control de lo que los planificadores de la defensa llaman “global commons”, eufemismo que identifica las arterias del comercio internacional: vías marítimas, puentes en tierra y corredores aéreos.
Para Washington, si una potencia extranjera le disputa el dominio sobre estos “global commons” es como si le declarase la guerra y, según criterio del Pentágono, exactamente eso es lo que China está haciendo en el mar de China meridional.
En este espíritu, el General Jim Amos, comandante general del Cuerpo de Marines desde octubre de 2010, declaró a fines de mayo que las guerras en el Golfo Pérsico estaban negando a Washington los recursos que necesita para enfrentar a una China cada vez más agresiva.
Este afirmación convirtió al General Amos en el primer líder militar de EE.UU. que se refiriera públicamente a los planes de su servicio para después de la retirada de Afganistán.
La movilización estadounidense en Asia que responde a un estudio realizado en la primavera de 2001 por el Pentágono bajo el nombre de “Asia 2015” que identifica a China como competidor persistente de EE.UU. inclinado al aventurerismo militar en el exterior.
Tres años después de este estudio, el gobierno de EEUU hizo público un plan llamado a crear una cadena de bases en Asia Central y en el Medio Oriente, maniobra evidente de contención dirigida a Beijing como lo fue también el acuerdo de cooperación en energía nuclear con India suscrito en 2008.
Se conoce que el Pentágono desarrolla hace varios años planes para convertir a Guam en su centro principal en el Pacífico, iniciativa tan vasta que John Pike, uno de los principales expertos occidentales en políticas de defensa, espaciales y de inteligencia, director de la organización Global Security que él mismo fundó en 2000, ha especulado que Washington se propone “dirigir el planeta desde Guam y Diego García a partir de 2015”.
A diferencia de los aliados de Estados Unidos en Asia y Europa, dice Glain, China no es propensa a compartir obligaciones de seguridad nacional con una potencia extranjera, mucho menos en el mar de China meridional, donde Beijing no identifica a Washington como socio estratégico, sino como amenaza directa.
Glain cita tensas situaciones en las relaciones bilaterales en las que Estados Unidos, lejos de contribuir con una diplomacia discreta a la solución de los asuntos, adopta posiciones extremas.
Hay que esperar que haya en Washington sensatez suficiente para comprender que su mayor acreedor, China, no es un país del tercer mundo como tantos que, desde que concluyó la Guerra Fría, Estados Unidos y la OTAN han bombardeado y ocupado casi con impunidad.
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