La treta inventada a costa de otro macabro sacrificio humano, se reafirma cada día más como única explicación posible sobre el momento en que empezó a tejerse el capítulo definitivo de la apropiación del mundo por un solo amo.
Sin embargo, el 11 de septiembre del 2001 no ocurrió el estreno de esa práctica. Cuando Hitler pulía sus fauces para engullir al planeta no ario, inventó la quema del Reichstag con el fin de inculpar a los comunistas. Y mucho antes, cuando los propios norteamericanos quisieron tomar a la Cuba de fines del siglo XIX, que veían como excelente fruta madura, crearon el pretexto para intervenir con la voladura del vapor Maine, surto en aguas de la isla y ocupado por sus propios militares.
Para eliminar al “impropio” Husein y quedar reinando en tierras áridas que flotan sobre un lago de petróleo, Estados Unidos creó el mito de las armas químicas y sacrificó (sacrifica todavía) a miles de soldados, muchos de los cuales ya habían desistido de seguir buscando lo que nunca existió. En Afganistán fue la lucha contra el terrorismo talibán, en Libia la protección de civiles. En fin, algo más de lo mismo.
Cuentan expertos en explosivos, incluso con cálculos matemáticos propios de la especialidad, que la voladura controlada de las torres gemelas es asunto sin discusión. Está en textos y documentales que los jerarcas militares y civiles de dos administraciones no han refutado públicamente, usando los mismos fundamentos científicos y técnicos.
Nadie niega el impacto de los aviones, pero los investigadores han fijado su atención en puntos lumínicos para ellos perceptibles, muy parecidos a los que se producen cuando van a eliminar viejas edificaciones con el menor daño colateral posible.
Las torres cayeron a sus propios pies como si rodaran cuesta abajo, de manera muy similar a las de las voladuras planificadas. Todo ocurrió en menos de dos horas, y después no hubo acero para hacer pruebas porque lo recogieron y vendieron sin concluir las investigaciones, y no hubo cajas negras de los aviones, desaparecidas a pesar de su probada resistencia ante cualquier impacto, y también desaparecieron los reportes de vuelo de aquel día en la zona del desastre.
Tampoco apareció un metro cuadrado del supuesto avión que impactó al Pentágono, y por eso las últimas teorías de los investigadores opuestos a la versión oficial norteamericana, apuntan al uso de un poderoso misil Crucero, disparado como parte del mismo espectáculo. En los dominios de la primera potencia tecnológica cualquier cosa se puede creer, porque cualquier cosa se puede hacer.
Y mientras avancen las investigaciones e incluso hasta que se desclasifiquen documentos probatorios, algo sí está claro: el aprovechamiento táctico de los efectos teatrales que el amo global estaba necesitando para legitimar su presencia en cualquier parte, donde haya adversarios políticos, recursos naturales o cualquier otra cosa que deba ser de su propiedad. La cruzada está en camino. El tiempo y la vergüenza de los pueblos dirán la última palabra.
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