La historia de la crisis financiera de los países industrializados no empieza con el estallido de la burbuja inmobiliaria, sino en los años ochenta, cuando la locura de la liberalización de los mercados financieros se convirtió en doctrina del Estado. La sustantiva disminución de la regulación gubernamental dejó con las manos libres a las entidades bancarias y financieras, custodias y administradoras de grandes recursos de capital y, por tanto, capaces de ejercer una enorme influencia en la vida social.
En los países industrializados se vive una crisis del sistema capitalista pero, como observó Tony Judt, el mal trance no solo es fruto de las contradicciones estructurales sino también la agencia humana, del afán incontrolado de captar riqueza por parte de un grupo de interés que, dejado a sus anchas, no sufrió de timidez crematística. La irresponsabilidad de los operadores financieros derivó en una crisis general de la economía, cuya solución aún no aparece en escena.
Que todos los bancos y los financistas no hayan actuado del mismo modo, se da por descontado. Hay excepciones en la conducta de todo colectivo. Sin embargo, para el caso, no fueron las singularidades sino la regla de la codiciosa mayoría la que determinó que los números no calcen; que los ” líderes de la industria” cosechen jugosos bonos aunque sus entidades se hayan ido a pique; y que el Estado tome dinero de la gente y pague con ello los platos rotos la cuenta asciende en el mundo industrializado, según cálculos conservadores, a más de 5 trillones de dólares-.
La indulgencia de los gobiernos, tardíos en intervenir y poner coto a situaciones que afectaban a sus sociedades, fue igualmente grave. Los Estados apuntalaron a las entidades financieras cuando estuvieron en apuros porque, según el diseño del sistema capitalista, la caída de la banca puede arrastrar a toda una sociedad al caos. Sin embargo, con posterioridad al salvamento se debió pedir cuentas, llevar a la justicia a los responsables de fraudes evidentes y demandar reparaciones. Ello ocurrió solo excepcionalmente, según lo recuerdan con gran detalle Madrik y Partnoy en su artículo ” ¿Deben algunos banqueros ser demandados?” Pocos responsables del caos financiero han comparecido ante los cortes, protegidos por una nube de artilugios legales y, sobre todo, por influencias políticas. En una publicación del FMI, Tressel, Mishra e Igan identifican una clara correlación entre el multimillonario cabildeo de varias entidades financieras vinculadas a la burbuja inmobiliaria estadounidense y la consecución de ventajas desde el Estado para sus operaciones. El Estado, que debía ” enfrentar a los malhechores” (Paul Krugman), no pudo o no quiso saltar al ruedo y tomar el toro por los cuernos.
” Ocuppy Wall Street” , cuya traducción más acertada sería ” Tomarse Wall Street” , intenta lacear a un toro intocable. Representa el más vivo ejemplo de ciudadanos que reclaman y actúan contra el gran poder de la banca y las finanzas, contra las funestas consecuencias de haber levantado los controles a banqueros y entidades financieras, y contra la desmesurada influencia de Wall Street en la política y el Estado, que llevó a éste a dejar en un segundo plano la defensa del interés de las mayorías.
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