Tomorrow’s America

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Después de dos guerras, Estados Unidos entró en un período de hibernación cultural sin precedentes.

A medida que la agitación acecha a los mercados financieros de Estados Unidos y las protestas inundan sus calles, las elecciones de estilo de vida de los norteamericanos están evolucionando de una manera reveladora. En otro momento, el resto del mundo veía a Estados Unidos como un adolescente exuberante -el extrovertido del planeta, exportador de ‘rock and roll’ y de películas llamativas de Hollywood-. Hoy, los norteamericanos se están volviendo decididamente retraídos, o al menos introspectivos. Las tendencias en materia de ocio reflejan ese cambio: la frugalidad y el ingeniárselas para hacer cosas están de moda; el consumismo ostentoso se volvió demodé.

Este cambio se debe a la economía frágil, por supuesto, pero creo que también es psicológico. Después de dos guerras y media docena de conflictos no declarados en la pasada década, Estados Unidos entró en un período de hibernación cultural sin precedentes.

En los últimos tiempos, la jardinería, la creación de álbumes de recortes, el tejido y la cocina son actividades que se volvieron obscenamente chic. En los barrios urbanos adonde se están mudando los jóvenes modernos, las huertas citadinas y los tomates de herencia cultivados en macetas en las ventanas reemplazaron a los Lexus y los Prius.

Otros jóvenes a la moda se han trasladado más lejos, al interior del país, en busca de una nueva fantasía narrativa idílica. La pareja joven -él con barba y ella con un solero y botas de goma- vive en una granja en el valle del río Hudson con una bandada de pollos, o en Nuevo México en una casa de paja ecológica. Ellos han reemplazado a la pareja joven de hace cinco años -él con el fondo de cobertura; ella con decoradores de interiores- en una ‘mcmansión’ en Westchester County.

Las secciones de comida de los periódicos urbanos que, hace cinco años, se habrían ocupado de la última cocina fusión, ahora publican perfiles fantasiosos del graduado de la Ivy League que se bajó del sistema y le fue bien lanzando una línea de pepinillos caseros. Los mercados de agricultores, las cocinas con leña, los paneles solares y las tiendas de suministros agrícolas Agway son el nuevo foco de los sueños y aspiraciones de aquellas personas que, hasta no hace mucho, estaban inmersas en un crédito sin límite, consumiendo marcas de lujo puestas al alcance de la clase media y fantaseando con el tipo de vida que mostraban las revistas de moda.

Hasta las tramas de Hollywood hoy se hacen eco del deseo de escapar a una “vida más simple”, con su aversión por la riqueza excesiva y el lujo. En el filme de inminente estreno ‘We Bought a Zoo’ (‘Compramos un zoológico’), un padre soltero cura a su familia mudándose al campo y viviendo en una granja con una colección de animales salvajes -una casa humilde y vistas naturales espectaculares garantizan un ambiente redentor para la vida doméstica-.

Otros filmes muestran el exceso como algo nauseabundo. El éxito de taquilla ‘The Hangover Part II’ (‘¿Qué pasó ayer? Parte II’) muestra a tres amigos jóvenes en una noche de juerga en Tailandia, en la que son libres de satisfacer todos sus apetitos -desde trabajadoras del sexo transexuales hasta drogas y caos de todo tipo-. Sin embargo, al final, el personaje principal expresa su deseo de casarse, tener una familia y llevar la vida tranquila de un dentista. En una trama paralela, destinada a las mujeres, la película ‘Bridesmaids’ (‘La boda de mi mejor amiga’) muestra a una futura esposa que está a punto de conseguirlo “todo” -en la persona de un novio aburrido pero extremadamente rico-, pero que huye del exceso que la rodea y se escapa a su humilde departamento.

Después de los rescates bancarios, los escándalos financieros del tipo de Bernard Madoff y una burbuja inmobiliaria que dejó a los norteamericanos a la buena de Dios, es como si el inconsciente colectivo estuviera redefiniendo la vida en yates y canchas de golf cuidadas a la perfección como algo de mal gusto, mientras que la simplicidad ahorrativa y muchas veces rural se proyecta como un alivio virtuosamente depurador. No sorprende que la última vez que la cultura norteamericana experimentó una revocación de la iconografía de estas características haya sido durante la Gran Depresión, cuando películas como ‘The Grapes of Wrath’ (‘Las uvas de la ira’) mostraban la simplicidad racional -en contraste con la corrupción de las élites adineradas- como una virtud reluciente. (“Cuando haya un policía que golpea a un hombre, estaré allí… Donde la gente coma lo que cultiva y viva en las casas que construye, también estaré allí”, como dijo Tom Joad.)

En 1980, Ronald Reagan aseguró que “amanece en Estados Unidos”, pero hoy en Estados Unidos es la mañana siguiente. Esta tendencia hacia una fantasía colectiva, alimentada con energía solar, de estar fuera del sistema, comer lo que se cultiva y desplazarse en bicicleta es inevitable: a los norteamericanos se les inyectó la ilusión de que cuanto más consumieran más felices serían, y, en cambio se quedaron con una pila de deuda. Se les pidió que admiraran a la parte superior de la pirámide de ingresos, para descubrir que lo que estaban mirando, en realidad, era un esquema de pirámide.

En consecuencia, no sorprende que una persona chic obsesionada por la supervivencia ante una futura catástrofe se haya convertido en la versión moderna del chic radical y comunitario de los años 60. Los norteamericanos han perdido la fe en aquellos que, en los tiempos del apogeo, susurraban “Confíen en nosotros”. El nuevo sueño americano -una bandada de pollos y un frasco de pepinillos- representa la percepción de que los únicos en quienes los norteamericanos pueden confiar en una crisis es en ellos mismos.

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