U.S. Economic Presence Abroad

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Presencia económica

Nunca como ahora se hace necesario recordar al escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910) cuando expresó: “La historia no se repite, pero rima”.

Cuando en septiembre de 2007 estalló en EE.UU. la llamada burbuja inmobiliaria, desatando una oleada de quiebras bancarias, no pocos funcionarios de la Unión Europea (UE) pensaban que las turbulentas olas de esa crisis financiera llegarían sin mucha fuerza a las costas del viejo continente.

Incluso, en medio de la quiebra de Lehman Brothers y los apuros financieros de Fannie Mae, Freddie Mac, Bear Stearns y la aseguradora AIG, algunos banqueros europeos llegaron a pensar de manera ingenua que el colapso de las llamadas hipotecas subprime (contratos incobrables a deudores morosos que tenían como garantía sus respectivas viviendas) sería beneficio para ellos, sin detenerse a pensar que en esta era de la globalización los flujos de capitales están interconectados.

Muy pronto esos ingenuos optimistas se dieron cuenta de que las bóvedas de los bancos europeos estaban llenas de papeles financieros sin valor (activos tóxicos) contratados con bancos norteamericanos. Durante el bienio 2008-2009 la crisis inmobiliaria desatada en Estados Unidos se propagó en un abrir y cerrar de ojos por todo el globo terráqueo, particularmente por los predios de la UE.

Los gobiernos europeos acudieron presurosos a tocar las puertas de sus respectivos bancos centrales, y en especial del Banco Central Europeo (BCE), Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Grupo de los 20 (G20) en busca de dinero para implementar costosos programas de rescates financieros para evitar la quiebra masiva de bancos, así como la agudización de la crisis económica. Todo esto generó un astronómico endeudamiento público y serios desajustes fiscales que hoy afloran por doquier.

Lo expresado precedentemente sale a colación debido a las declaraciones ofrecidas en días pasados por James Bullard, funcionario de la Reserva Federal (FED) de St. Louis en EE.UU., cuando al referirse al impacto que tendría una crisis financiera europea sobre la economía mundial dio muestra de superficialidad.

Mister Bullard, sin sonrojarse, manifestó: “Europa no tiene que convertirse en una crisis macroeconómica global. Pienso que sólo podría ser un momento turbulento para los europeos sin llegar a impactar en Estados Unidos”. Grave equivocación.

En contraposición a los citados criterios, los gobiernos de América Latina y el Caribe siguen con mucha atención las turbulencias financieras que ensombrecen el panorama económico mundial, especialmente la crisis de deuda y la falta de coordinación fiscal tanto en la Unión Europea (UE) como en Estados Unidos, al tiempo de ponderar en su justa dimensión la entrada protagónica de China dentro de los flujos financieros internacionales. Las razones son obvias.

Una crisis financiera en los países del euro (moneda única europea) frenaría el crecimiento económico en ese continente, lo que reduciría la demanda interna de bienes y servicios, afectando así las exportaciones latinoamericanas y caribeñas, los flujos de inversiones y el envío de remesas por parte de nacionales residentes en Europa. Porque en estos tiempos de interdependencia económica no existen fronteras financieras infranqueables.

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