The Candidate and the Crimson Letter

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Abominable fardo del puritanismo que vuelve por sus fueros. Lo inventaron los ingleses y lo heredaron los estadounidenses. No en vano ha sido ahí, en Yanquilandia, donde ha vuelto de ultratumba y se ha echado a andar ese fantasma que hoy recorre el mundo y se propaga en el seno de la sociedad como lo hace la metástasis de los tumores malignos: la corrección política.

Anoche, por la que iba del sábado al domingo, me desperté a las 4 de la mañana, con insomnio, y para conjurarlo, cosa que al cabo conseguí, devoré un espléndido libro de Guy de Maupassant: Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los demás (El Olivo azul).

Me lo había recomendado Arancha Salama, coordinadora de Las Noches Blancas, que lo trajo a colación hace poco en el espacio “Duelos Literarios” de ese programa. Un acierto. Lo de Arancha, digo.

La obra en cuestión recoge algunos de los más de doscientos artículos publicados por Maupassant en la prensa parisiense de finales del XIX. Era, avant la lettre, un columnista, en el sentido que hoy damos a esa palabra.

Me sorprendió (o no) comprobar que en la Francia de esa época existían exactamente los mismos problemas morales, estéticos, consuetudinarios, políticos y económicos que agarrotan el mundo de nuestros días. La mayor parte de los artículos de Maupassant podrían aparecer hoy en las páginas de este periódico sin que sus lectores sospechasen que se escribieron a cuento de lo que sucedía no sólo en Francia, sino en toda Europa, siglo y medio atrás.

Subrayé muchas cosas, muchos párrafos, muchas frases, a medida que iba leyendo ese libro… Una de ellas decía: “Me gustaría mucho que me citaran a un solo hombre –sí, sí, a un solo hombre– que haya permanecido absolutamente monógamo toda su vida”.

Sonreí al leerlo y, unos minutos después, concilié un plácido sueño que me retuvo en la cama hasta las ocho. Me levanté a esa hora, abrí el ordenador y me desayuné con la noticia de que Herman Cain se había retirado de la carrera hacia la Casa Blanca debido a las denuncias presentadas por los centinelas puritanos, que siempre están de guardia, a propósito de sus devaneos extraconyugales.

Pasmoso. ¿Qué tendrá que ver lo que un individuo haga o deshaga en su vida sexual, a condición de que no medie en sus actos violencia, explotación o abuso, con su capacidad para regir la política y la economía de un país?

Nathaniel Hawthorne publicó en 1850 una novela titulada como hoy titulo, en parte, este blog. En la Nueva Inglaterra (luego Estados Unidos) del XVII se marcaba a las adúlteras con una enorme A de color carmesí bordada en la pechera de sus atuendos.

Arthur Miller, un siglo más tarde, escribió un drama que, a cuento de otros ámbitos, parecidos, de represión sexual y social, llevaba el título de Las brujas de Salem.

Estados Unidos no parece haber alcanzado la edad de la razón. Sigue en la adolescencia. La retirada de Cain lo confirma una vez más. Mal andamos. Roma cayó cuando, tras la adopción del cristianismo, se cerró sobre ella, como una tenaza, el anatema del sexto mandamiento: “No cometerás adulterio”.

Y el noveno, que lo remataba: “No desearás a la mujer de tu prójimo”.

¿Y al marido de tu prójima?

Sobre eso no dijo nada Yavé en el Sinaí.

Yo me he pasado la vida mirando con ojos golositos a las mujeres sin

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