Pocas veces ha estado el futuro de Estados Unidos tan vinculado a la situación en Europa, y pocas veces también han estado ambos en posiciones tan divergentes. La Administración norteamericana está insatisfecha con las respuestas que la Unión Europea está dando a la crisis, lo que añade inquietud al panorama económico mundial y corre el riesgo de agrandar el abismo entre Washington y una institución multinacional en la que nunca ha acabado de creer.
Barack Obama ha ido paulatinamente, en los últimos meses, elevando el tono de sus quejas por la forma, débil y dubitativa, según Washington, en que los principales dirigentes europeos reaccionaban ante la crisis. La crítica más directa llegó coincidiendo con la cumbre europea del pasado viernes. Sin inmiscuirse en las soluciones de largo plazo que la UE cree haber encontrado para dar solidez a su moneda, Obama recordaba que “hay una crisis de carácter inmediato que tiene que ser resuelta para asegurarse que los mercados confían en que Europa defiende al euro”.
El presidente norteamericano considera que el riesgo de una nueva depresión económica es mucho mayor que el de una posible inflación y, aunque comparte la necesidad de atajar el problema de la deuda a largo plazo, hubiera deseado, simultáneamente, una acción más enérgica en defensa del euro. Obama prefiere la aplicación de políticas que compatibilicen el rigor presupuestario con la necesidad de que la economía vuelva a crecer de forma urgente, y envió a Europa a su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, para dejar ese mensaje en vísperas de la cumbre.
Sin embargo, éste no fue escuchado, y la cumbre culminó con una abrumadora victoria de la canciller alemana, Angela Merkel, lo que representa también, en cierta medida, una derrota para Obama, no solo en el sentido de que supone el triunfo de una opción ideológica sobre otra, sino y sobre todo, porque el resultado de la cumbre aleja a Estados Unidos de Europa y complica la posición política de Obama.
Obama se juega su reelección en la marcha de la economía. El paro en EE UU ha comenzado a descender este mes, pero el camino de la recuperación es todavía lento e inseguro. Es muy probable que Obama llegará a las urnas con una tasa de desempleo superior a la de cualquier otro presidente reelegido. Necesita un fuerte empujón económico y lo necesita ya.
Para ello sería muy conveniente que Europa empezara a crecer a buen ritmo. Si, no solamente no ocurre eso, sino algunos países europeos vuelven a caer en recesión, el crecimiento económico norteamericano se verá otra vez ralentizado y el peligro de derrota de Obama aumentará considerablemente. Si alguien en Europa está tentado de pensar que eso no es un problema de los europeos sino de Obama, conviene recordar que el candidato mejor situado hoy para sucederle es Newt Gingrich.
Esta última cumbre abre, por tanto, un conflicto entre la visión alemana y la visión estadounidense del mundo. Se puede entender, incluso, como un conflicto más amplio entre la visión franco-alemana de Europa y la visión anglosajona. Es una disputa vieja y que ha tenido distintas manifestaciones a la largo de la historia. Este último capítulo se ha visto potenciado con la salida del Reino Unido de las negociaciones y su desmarque del acuerdo final.
Para EE UU eso crea un problema de lealtad entre socios de primer nivel. Todos los principales miembros de la UE son grandes aliados de EE UU, pero ninguno alcanza la categoría “especial” que la antigua colonia concede a la antigua metrópoli. En su última visita a Europa, Obama pasó la mitad de su tiempo en Londres y ni una sola vez citó por su nombre a la UE. Si nunca fue fácil aquí darle el valor debido a la UE, ahora, sin el Reino Unido, puede ser más complicado aún.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.