The Bitter SOPA*

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La amarga SOPA

Por: Elespectador.com

La noticia ha hecho que gigan- tes de internet, por ejemplo la enciclopedia gratuita Wikipedia —nutrida por los usuarios—, hagan protestas simbólicas, como un apagón masivo de sus servicios, a cambio de explicar de qué se trata el acto normativo contra el cual se oponen: la ley SOPA (Stop Piracy Online Act).

Se trata de un proyecto legislativo que se propuso en el Congreso de los Estados Unidos junto con la popular PIPA (Protect IP Act). SOPA se encuentra en estos momentos congelada en la Cámara de Representantes y altamente cuestionada por cuenta de muchas páginas de internet y empresas que le hacen una creativa oposición: afiches, videos y páginas de inicio al servicio de hundir la propuesta. El mismo presidente Barack Obama ha dado una declaración muy fuerte: no apoyará leyes contra la piratería en internet si éstas fomentan la censura.

Lo que busca SOPA, en esencia, es que los proveedores de dominio, motores de búsqueda y empresas de internet en general puedan bloquear a los servidores que tengan material de manera ilegal o que estén bajo la investigación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, sin importar el país en donde el servidor esté.

Esto último causa un malestar gigantesco, sobre todo en aquellos grupos, empresas, usuarios o artistas que creen en la filosofía, precisamente desarrollada en este siglo por el auge de las nuevas tecnologías digitales, de “compartir para crear”. Los ejemplos sobran, y aunque hacen parte de una especie de contracultura han logrado cambiar las formas en las que se difunde el conocimiento. Algunos han alcanzado cierta fama mundial. Girl Talk, un dj producto de esta revolución informática, es una cara visible de la nueva filosofía: simplemente toma partes de otras canciones y las mezcla, las pega, modifica sobre la marcha las melodías y, finalmente, entrega una canción distinta. En ese pequeño acto de creación, justamente alimentado de los esfuerzos de otros, reside la nuez de esta nueva cara que se le opone a la cultura dominante de la propiedad intelectual.

Suena un poco descabellado, pero este modelo alternativo de compartir el conocimiento de manera gratuita tiene muchos defensores. Es el caso, por ejemplo, de Howard Rheingold, escritor, artista y conferencista, uno de los mayores promotores de la construcción pública del conocimiento y quien defiende la posición (que ayer José Fernando Isaza ilustró de manera muy clara en las páginas de este diario) de que las comunidades avanzan no en la competencia desmedida por el auge individual, sino cuando se dan préstamos y creaciones colectivas. Asunto que ha adquirido un impulso notable con las creaciones de internet. No sólo los teóricos defienden este modelo; también los artistas. Creative Commons es un punto medio entre la desprotección y la reserva de los derechos que permite a sus usuarios, en algunos casos, crear libremente a partir de la obra de otro creador que, por ejemplo, da la oportunidad de dejarla en el dominio público.

La tecnología, se sabe, avanza a pasos agigantados con respecto a las leyes. Y en este caso, los legisladores del mundo podrían aprender un poco más acerca de cómo se crean comunidades enteras de conocimiento y movimientos culturales muy amplios a partir de la violación de algunas normas de propiedad intelectual. Tal y como algunos expertos manifestaron a este diario: las normas de derechos de autor, sus métodos de regulación, deben acoplarse a lo que se vive en el siglo XXI. El remedio no puede estar basado en los mismos presupuestos con los que se desarrolló en el siglo pasado.

Es obvio que nosotros no defendemos una política de “rueda suelta” para el uso de los contenidos. Pero sí apoyamos una respuesta mucho más ajustada a las realidades propias del mundo digital. Igual, y de manera lógica, los hechos susceptibles de regulación en el mundo tangible se dan de forma distinta en ese otro mundo de la internet. En ese terreno hay que saber aplicar una política pública destacable que, por supuesto, no implique la censura. Y, lamentablemente, la ley SOPA está en esa delgada línea entre la censura y la libertad de expresión.

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