The precarious guarantees for the prisoners has led some to ask for the closure of the prison.
In the mid-nineteenth century, Guantanamo was known as one of the most fertile Cuban provinces in the production of sugar cane. Since 1903, when the U.S. took power of the area, it became a famous colonial enclave. And ten years ago, it has gained the sad reputation of being a concentration camp for Islamic terrorist suspects arrested by the U.S. A place where due process rules are violated and where prisoners are subjected to practices that violate human rights.
The past January 11th was the tenth anniversary since the arrival of 20 prisoners to the X-Rays Camp, all Muslim, all male. Sheathed in orange overalls, they came to occupy wire cells under the strict surveillance of American soldiers. It is a geographical area that does not belong to the American territory, even though its army occupies it. Because of this, it has become the ideal venue to place prisoners of the international war against the Islamic fanaticism of al-Qaeda, which three months earlier had provoked the death of more than 3,000 people during the terrorist attacks at the Twin Towers in New York City and the Pentagon in Washington D.C. The American laws were left in suspense, and the irregular practices designed by George Bush’s government for the new situation prevailed.
Since then, 779 prisoners from 30 different nationalities have passed through Guantanamo’s jail. Six committed suicide, 171 have remained in the camp and 584 were freed after not being considered a threat to the country that placed them somewhere on the globe and grouped them under the tropical heat of this Cuban corner. In six years, only 6 trials have taken place, four of which ended with convictions. The jurisdiction in charge is a military group that contemplates the possibility of indefinite arrests without a legal trial.
The conditions in which the prisoners of Guantanamo live and the precarious guarantees that they are granted has led numerous governments, entities like the Amnesty International, associations of lawyers and politicians from several countries, including the U.S., to ask for the closure of the prison. One of the outraged was Barack Obama, who not so long after of being elected president, asked for its closure before 10 January 2010.
But it has been two years since this ultimatum, and the infamous prison remains open. The explanation is that the Republicans have blocked the funds that hold the camp, and there is not even money to move the innocent prisoners back to their home countries. The president had to undergo the situation created by his political enemies. This year, despite being the tenth anniversary of the prison, it is election season and is not suitable for popular campaigns.
Most probably, many of the prisoners that live chained in Guatanamo and labeled with a number are fearsome terrorists. The prisoner US9SA-000063 DP, of Saudi Arabian nationality, is accused of being a suicide pilot that did not get to participate in the attack. But, according to the Declaration of Human Rights, they can aim for a fair trial. Some of those who are free, sometimes after seven or eight years of being prisoners, have mentioned in public the hell that they lived in, and their story belies a country like the U.S., seeming to correspond with a dictatorship.
It is not hard to forecast that, in time, the history will show this concentration camp as an unusual aberration. But how many more anniversaries will have to be mourned before Guantanamo gets closed?
Editorial: Diez años de Guantánamo
Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 5:59 p.m. | 17 de Enero del 2012
Las precarias garantías que tienen los presos han llevado a solicitar el cierre de la prisión.
A mediados del siglo XIX Guantánamo era conocida como una de las provincias cubanas más fértiles en la producción de caña de azúcar. A partir de 1903, cuando los Estados Unidos se apoderaron de la zona, pasó a ser un famoso enclave colonial. Y desde hace diez años soporta el triste renombre de campo de concentración de presuntos terroristas islámicos detenidos por Estados Unidos, un lugar donde se violan las normas del debido proceso y se somete a los prisioneros a prácticas que quebrantan los derechos humanos.
El pasado 11 de enero se cumplió la primera década de la llegada al Campamento Rayos X de una veintena de presos -todos musulmanes y todos varones- enfundados en overoles color naranja, que pasaron a ocupar celdas alambradas bajo estricta vigilancia de soldados norteamericanos. Por tratarse de un punto geográfico que no pertenece al territorio estadounidense, aunque lo ocupen sus tropas, constituía sede ideal para recoger a los prisioneros de la guerra internacional contra el fanatismo islámico de Al Qaeda, que había provocado tres meses antes la muerte de más de 3.000 personas en ataques terroristas perpetrados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington. Allí quedaban en suspenso las leyes de EE. UU. y prevalecían las prácticas irregulares que el gobierno de George Bush diseñó para la nueva situación.
Desde entonces han pasado por la cárcel de Guantánamo 779 prisioneros de una treintena de nacionalidades. Seis se suicidaron, 171 permanecen en el campamento y 584 fueron liberados por no representar una amenaza para la seguridad del país, que los recogió en algún lugar del globo y los agrupó bajo el calor tropical de esta esquina cubana. En diez años se han celebrado solo seis juicios, cuatro de los cuales terminaron con declaraciones de culpabilidad. El fuero que los juzga es un estatuto militar que contempla la posibilidad de detenciones indefinidas sin proceso legal.
Las características en que viven los presos de Guantánamo y las precarias garantías que se les reconocen han llevado a que numerosos gobiernos, entidades como Amnistía Internacional, asociaciones de abogados y políticos de varios países, incluso Estados Unidos, soliciten el cierre de la prisión. Uno de los indignados fue Barack Obama, quien, poco después de ser elegido presidente, ordenó su clausura antes de enero del 2010.
Pero se cumplen dos años de aquel ultimátum y la ignominiosa cárcel continúa abierta. La explicación es que los republicanos bloquearon los fondos que sostienen el campamento y no hay dinero ni siquiera para trasladar a los presos inocentes a sus países de origen. El Presidente tuvo que someterse a la situación creada por sus enemigos políticos. Este año, pese a ser el décimo de la prisión, es temporada de elecciones y no se presta para campañas impopulares.
Seguramente, muchos de los prisioneros que viven encadenados en Guantánamo y catalogados con un número son temibles terroristas. El preso US9SA-000063 DP, de nacionalidad saudí, está acusado de ser un piloto suicida que no alcanzó a participar en los atentados. Pero, según la Declaración de Derechos Humanos, aun ellos pueden aspirar a un juicio justo. Algunos de los que quedan libres, a veces tras siete u ocho años de detención, han recordado en público el infierno que vivieron, y su relato desdice de un país como Estados Unidos y más parece corresponder a una dictadura.
No es difícil pronosticar que dentro de un tiempo la Historia mostrará este campo de concentración como una aberración insólita. Pero, ¿cuántos aniversarios más habrá que lamentar antes de que se cierre?
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