El más celoso vigilante de la legalidad internacional, que certifica y descertifica a los países por su respeto a los derechos humanos, mantiene hace diez años un campo de concentración por el que han desfilado 779 prisioneros, de los cuales cinco se han suicidado, y donde permanecen todavía 117 hombres, como ha dicho Rob Freer, de Amnistía Internacional, “bajo detención arbitraria e ilimitada, sin inculpación o sin proceso”.
Guantánamo es hoy el símbolo de muchas cosas: de la persistencia del colonialismo (la posesión obstinada de un territorio, cuya soberanía se admite ajena, a pesar de los reclamos del dueño); de la decisión de un país de actuar públicamente al margen de la ley; de la utilización de torturas psicológicas y físicas para obtener la confesión de los prisioneros; de la violación del derecho a la defensa y a tener un juicio con apego a las leyes. Y también es símbolo de la capacidad que tienen unos sectores políticos de los Estados Unidos de imponer su voluntad por encima de las mayorías (porque nadie ignora que Barack Obama, elegido presidente hace tres años, prometió desde el comienzo cerrar esa prisión deshonrosa, y que son la oposición republicana y quién sabe qué otros poderes los que torpedean la decisión presidencial). Guantánamo es, por lo tanto, también un símbolo de las limitaciones del presidente en el país más poderoso del mundo.
Dicen que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Los Estados Unidos han ejercido en los últimos setenta años su poder sobre buena parte del mundo, y ahora son visibles, como consecuencia de ello, muchas fatales corrupciones. Conspiraciones para derrocar gobiernos legítimos como el de Allende en Chile; escuelas para adiestrar en prácticas de dudosa legalidad a las fuerzas militares de otros países; invasiones como la de Grenada, que ellos prefieren llamar “intervenciones”; guerras infames e injustificadas como la de Irak, y capturas y tráfico de prisioneros que legalmente habría que calificar de secuestros.
Todo eso acompañado por la prédica exaltada de que los ciudadanos tienen que aceptar todas esas dosis de infierno, pues se hacen para su salvación. También para salvación de la humanidad instauró la Iglesia católica hace siglos el tribunal de la Santa Inquisición, que profanó y ultrajó la condición humana en nombre de los más altos principios.
Hay un verso de Victor Hugo que Paul Valery consideraba el verso más bello de la poesía francesa: L’ombre est noire toujours meme en tombant des cignes (La sombra es siempre oscura aunque venga del cisne). Hugo aludía a los crímenes del cristianismo, que pretendían justificarse invocando contra toda evidencia el nombre de Cristo. Y eso es lo que habría que decirles a los apóstoles de la democracia y del país de la libertad que han permitido por diez años la existencia de un campo de torturas no cobijado por las leyes de ningún país, en los 116 kilómetros cuadrados que ocupa la base naval de los Estados Unidos, a la entrada de la Bahía de Guantánamo, en el oriente de la isla de Cuba, donde se puede mantener prisioneros en cualquier condición y someterlos a cualquier trato sin que los tribunales intervengan.
Al parecer los tribunales norteamericanos se han declarado impedidos para fallar sobre los prisioneros de Guantánamo, porque en rigor esa bahía no es parte de los Estados Unidos, ya que el gobierno del norte paga un arriendo al Estado cubano, que tiene la soberanía sobre ese territorio. Pero Cuba hace cincuenta años se niega a recibir los 4.900 dólares del arriendo anual que se pactaron por contrato hace ciento diez años, y hace tiempos reclama la devolución de la bahía.
¿No estamos aquí ante una típica astucia jurídica? Aunque el suelo sobre el que se levanta no sea territorio norteamericano, ¿pueden negar los tribunales que la de Guantánamo es una base naval de los Estados Unidos, que las naves que entran y salen forman parte de su Marina y de su fuerza aérea, que el personal que trabaja allí pertenece al ejército de ese país?
¿No está sujeto ese personal a la ley norteamericana en cualquier lugar del mundo? La humillación de los presos, la negación de sus derechos, la tortura, ¿no son conductas punibles para los soldados del primer ejército del mundo? ¿Qué farsa es esta? Y el deber de tratar a los seres humanos como tales, con dignidad y con derechos, ¿no rige en las prisiones sujetas a poder de los Estados Unidos? ¿Tolera la Constitución norteamericana que por fuera del campo de combate sus propios soldados vivan al margen de la ley?
Estados Unidos no puede mantener su campo de concentración abierto a los ojos de toda la humanidad y seguirse declarando un Estado de derecho. No cumplir la promesa de Barack Obama es declararse violadores oficiales de los derechos humanos y descalificarse para opinar sobre el tema.
¿Por qué no protestan los grandes líderes de Occidente? ¿Por qué no intervienen Francia e Inglaterra? ¿O cuándo será perfecto el modelo? ¿Cuándo tendrán los franceses campos de concentración en Reunión y en Guadalupe?, ¿cuándo tendrán los ingleses campos de tortura en Gibraltar o en las Malvinas?, ¿cuándo abrirán los Estados Unidos su primer infierno en la Luna?
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