Jorge L. Rodríguez GonzálezJorge L. Rodríguez González • jorgeluis@juventudrebelde.cu
25 de Enero del 2012 0:51:00 CDT
Era de esperarse que la Liga Árabe siguiera agachada ante Occidente y adoptara una posición abiertamente injerencista, al punto de pedir la renuncia del presidente sirio Bashar Al-Assad, tal y como han hecho Estados Unidos y Francia, y amenazar con llevar el asunto al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de donde salió la resolución que dio luz verde a la guerra contra Libia.
Fue mucha la presión de las grandes potencias sobre la misión de los observadores desplegados en territorio sirio, pues los informes preliminares de esos veedores no constataban los crímenes de guerra de los que se acusaba a Al-Assad; sin embargo, sí tuvieron que reconocer lo que hasta entonces el organismo regional se esforzaba por ocultar: las acciones de grupos armados opositores.
Por ello, en varias ocasiones, Estados Unidos y su lobby en la Liga Árabe, trataron de enrumbar la misión hacia el punto deseado. Así, finalmente, la decisión de la reunión del Consejo Ministerial el pasado domingo fue una vez más hostil para el Gobierno de Damasco.
Ahora, más que nunca, la materialización de una intervención extranjera está cerca, y no solo por la posición adoptada por la Liga Árabe, sino porque los grupos opositores la piden ante la llamada comunidad internacional, pues no han podido, por sí solos, derrocar, en diez meses, al Gobierno. Necesitan la ayuda militar externa.
Al Assad aún cuenta con apoyo popular y ha demostrado su disposición para impulsar las transformaciones democráticas prometidas, como una reforma constitucional que elimine la hegemonía del partido gobernante (Baas), y elecciones legislativas y presidenciales pluripartidistas.
El denominado Consejo Nacional Sirio (CNS), compuesto en su mayoría por sirios de la diáspora, es uno de esos apátridas grupos opositores que a imagen y semejanza del Consejo Nacional de Transición de Libia, pide la intervención extranjera.
Hace unos días, su jefe, Burhan Ghalioun, viajó a El Cairo, sede de la Liga Árabe, para pedir que se transfiera el caso sirio al Consejo de Seguridad de la ONU, con el objetivo de que la máxima instancia internacional apruebe una resolución que estipule la creación de una zona de exclusión aérea. Ese fue el mismo paso dado en Libia, que abrió las puertas de una nación independiente y soberana a los bombardeos de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En esa cuerda se mueve el Ejército Libre Sirio (ELS), agrupación paramilitar que asesina y causa estragos en puntos económicos vitales; mientras que el Consejo Nacional para la Revolución Siria es mucho más radical en este sentido. Su cabecilla, Osama Mardini —hombre de negocios en Estocolmo desde hace 32 años—, defiende a ultranza una agresión militar de la OTAN, y ha tenido la desfachatez de declarar que «el pueblo quiere armas».
Otra agrupación de espaldas a la soberanía y la independencia, defendida por la mayoría del pueblo sirio, es el Comité Nacional de Coordinación para el Cambio Democrático (CNCCD), presidido por Haytham Manna.
Según un acuerdo alcanzado con el CNS después de más de un mes de discusiones, ambos grupos aclaran cínicamente: «Una intervención árabe no debería ser considerada como extranjera».
Sería muy ingenuo pensar que una fuerza de mercenarios financiada por Qatar y Arabia Saudita, y entrenada por agentes estadounidenses, británicos e israelíes no responderá a los intereses de la Casa Blanca, París y sus pajes de la región.
Además, la intervención ya está ocurriendo, de manera solapada. No es un secreto que entre las tropas del opositor ELS, verdaderos escuadrones de la muerte al servicio de la CIA y los servicios de inteligencia británicos, se han infiltrado a islamistas libios enviados por el CNT.
Los opositores están desesperados porque Al Assad aún está en pie, y serán capaces de venderle el alma al diablo, o a la OTAN que es lo mismo.
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