US Considers Arming Syrian Opposition

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Incapacitado para actuar en el marco de Naciones Unidas, la Administración norteamericana sopesa diferentes opciones para ayudar a la oposición siria a acabar con el régimen de Bashar al Asad, incluida la posibilidad de armar a los rebeldes, aún a riesgo de acelerar una guerra civil en ciernes. Dentro de las medidas para aislar al Gobierno de ese país, Estados Unidos ha ordenado la salida de todo su personal diplomático en Damasco.

Barack Obama, que ha mencionado la destitución de Asad como un paso imprescindible para la solución de la crisis siria, discutió ayer con sus principales asesores de seguridad las distintas alternativas de las que dispone para alcanzar ese objetivo. El presidente norteamericano está obligado a actuar con energía y evitar, al mismo tiempo, la propagación de un conflicto que podría tener peligrosas repercusiones en una región muy convulsa.

Desde el comienzo de esta crisis, Obama ha intentado mantenerse a cierta distancia de los acontecimientos para evitar que Asad y su principal aliado, Irán, pudieran caracterizar la protesta ciudadana como una intromisión norteamericana en los asuntos internos de Siria.

El grave deterioro de la situación humanitaria, con más de 6.000 víctimas mortales hasta la fecha, y el bloqueo por parte de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU, obliga, sin embargo, a EE UU a tomar más decididamente la iniciativa para no dar una imagen de pasividad ante lo que puede acabar siendo una prueba sobre la capacidad de liderazgo internacional de Obama. Después de todo lo que han dicho los miembros de esta Administración, incluido el presidente, la permanencia de Asad en el poder solo sería interpretada como una derrota de Obama y un triunfo de Rusia y China, sus valedores en este momento.

El Gobierno estadounidense está, por tanto, presionado para actuar, pero no cuenta con demasiadas bazas para hacerlo. Descartada, al menos por ahora, una intervención militar directa en el modelo de Libia, EE UU se ve limitado a la actuación diplomática y al apoyo directo e indirecto a la oposición siria.

La secretaria de Estado, Hillary Clinton, anunció durante el fin de semana que su país trataría de crear una alianza de todos aquellos que seguían creyendo en la necesidad de dar una esperanza al pueblo de Siria. EE UU cuenta en este caso con una amplia mayoría de la comunidad internacional dentro de ese campo; prácticamente, el mundo entero con excepción de Rusia, China e Irán.

Para Washington es particularmente favorable la posición de los países árabes, que se sienten abandonados por Rusia y China y parecen dispuestos a emplearse a fondo contra Asad. Ha pasado tan poco tiempo desde que EE UU patrocinaba políticas que creaban indignación entre los árabes, que hoy parece increíble que Obama cuente con esos países como sus principales aliados en su estrategia actual.

Pero así es. La Administración norteamericana, que prefiere evitar su participación directa en el suministro de armas a los rebeldes en Siria, parece dispuesta a tolerar o favorecer que otros lo hagan, como Arabia Saudí, Catar y Turquía, que, aunque no es un país, árabe, es mayoritariamente musulmán y goza de una influencia creciente en Oriente Próximo. “Muchos sirios, que están siendo atacados por su propio Gobierno, están empezando a defenderse, y es de esperar que así lo hagan”, ha declarado Clinton.

La entrega de armas a los insurgentes estaría moralmente justificada para compensar la ayuda que Rusia presta en ese terreno al régimen de Asad, pero representa un peligro evidente de convertir un levantamiento popular en una guerra civil que podría ser larga, sangrienta y de final incierto. Hay que contar, además, con el efecto que tendría en el permanente estado de tensión con Irán, que podría estar interesado en cualquier pretexto internacional para romper su aislamiento.

Para EE UU uno de los principios de su actuación en Siria, de acuerdo a la doctrina Obama, es la de no hacerlo en solitario. Conseguido eso, se pueden emplear diversos medios, además del armamento, para robustecer el papel de la oposición. Entre otros, parece estar considerándose el del aumento de las sanciones económicas al régimen o, tal como se hizo con Libia, la convocatoria de una conferencia internacional sobre Siria.

El propósito, como ha explicado Clinton, sería tanto el de debilitar la posición de Asad como el de deslegitimar el comportamiento de Rusia y China. En las circunstancias actuales, hacer todo eso al margen del Consejo de Seguridad no supone un gran perjuicio para la imagen de EE UU.

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