Incapaz de llegar a los agudos que la hicieron famosa (…), la crítica calificó sus interpretaciones de «horrendas» y sus fans terminaron por abuchearla. Así reza uno de los apartes de la noticia que anuncia el fallecimiento de la cantante pop el pasado 11 de febrero. Su nombre se une a un largo listado de muertes por sobredosis de drogas, el mismo que señala nuevamente el fiasco del experimento prohibicionista. Y es que Estados Unidos sigue imponiéndole al mundo una fracasada ingeniería social, en la que se confunden causas con efectos y se atribuyen a las drogas problemas que se derivan de su contexto de ilegalidad. Tal postura pareciera desconocer el razonamiento tomístico del siglo XIII: “Los que gobiernan en el régimen humano razonablemente tolerarán algunos males para que no sean impedidos otros bienes o para evitar males mayores”.
El prohibicionismo, por cierto, no ha impedido la tendencia ascendente del consumo, y mucho menos la vorágine de su producción. Según la ONU, es un negocio clandestino de 400.000 millones de dólares anuales (8% del comercio mundial) que arrastra una espiral violenta adondequiera que se afinque. El narcotráfico es la fuente de financiación de los grupos irregulares en el conflicto colombiano, aparte de que extiende unos colosales tentáculos en su vida política. La proscripción fomenta la corruptela: Policías, jueces y oficiales de aduana son víctimas del soborno y la extorsión del negocio ilícito de las drogas. Tampoco ataja la propensión al alza de la población carcelaria (mucha de ella por delitos menores), la actividad paralela del lavado de activos y el círculo vicioso dentro del no menos lucrativo negocio de los precursores químicos.
Como es el caso de Whitney Houston, además de su hija de 18 años Bobbi Kristina, y según el estudio del «Cato Institute» realizado por James Ostrowski, el 80% de las muertes relacionadas con drogas se deben a la falta de acceso a dosis estandarizadas. La escasa inteligencia preventiva y los pocos centros de rehabilitación son otros contrasentidos de esta ingeniería social basada en la interdicción. Aparte del exitoso resultado chino de la década de los años 50, Portugal es otro referente cardinal en la descriminalización de las drogas. El estado lusitano, tras legalizar la posesión y consumo de varios psicoactivos en 2001, acompañada de tratamientos y recuperación, logró reducir notoriamente, en una década, el consumo de esas substancias, aparte de gastar ahora menos de la mitad de recursos en trámites legales, administrativos y carcelarios.
The “war on drugs” turns children into criminals and unscrupulous men into millionaires. Long live capitalism!
About 10 years ago I read that the U.S., with 5 percent of the world’s population, consumes 50 percent of the world’s illicit drugs. For several years I wondered what it is about American society that makes Americans so uniquely vulnerable to mind-altering substances.
Then I watched HBO’s “The Wire” and learnt what the U.S., with its meagre social safety net and its obsession with “rugged individualism” does with its surplus people. It either throws them in prison or demands that they exercise “personal responsibility” and work for a living.
Since it’s a shortage of jobs that creates surplus people, they have to invent their own industry — preferably one that can actually support them and their families. So they sell drugs (or sell their bodies, often through an agent, a.k.a. a pimp).
If there are currently 25 million people unemployed in the U.S. and meagre job creation over the next decade, there are currently 25 million potential drug dealers (and prostitutes, and/or pimps).
There’s nothing uniquely wrong with Americans. Rather, supply creates demand.