Monumental Controversy

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¿Quién tiene autoridad moral para dictarle a un artista cuál debe ser la forma y el contenido de un monumento dedicado a un héroe nacional construido con fondos públicos? El diseño de un monumento al presidente Dwight D. Eisenhower que debería construirse en la explanada del “Mall” en Washington D. C. ha generado un intenso debate sobre quién debe tener la última palabra para decidir cómo representar la carrera de un héroe militar que llegó a la presidencia de la república.

Como suele suceder en todo proyecto que es financiado con fondos públicos, en la construcción del monumento a Eisenhower han intervenido políticos, burócratas, cabilderos, grupos de interés, columnistas, historiadores, artistas, críticos de arte y familiares del homenajeado. Y el previsible resultado ha sido que un proyecto que empezó hace casi seis años hoy continúa irresuelto, se ha politizado y es cada día más controvertido.

Y esto sucede a pesar de que hace ya 2 años, una comisión nombrada por el Congreso y constituida inicialmente por cuatro senadores, cuatro miembros de la Cámara de Representantes, cuatro representantes presidenciales y un miembro de la familia Eisenhower aprobó un innovador diseño presentado por tres afamadas figuras del arte contemporáneo en Estados Unidos: el arquitecto Frank Gehry, el diseñador teatral Robert Wilson y el escultor Charles Ray.

Para realizar el proyecto, Gehry se inspiró en un discurso que Eisenhower pronunció en el pueblo donde creció, Abilene, Kansas, a su regreso de la segunda Guerra Mundial: “Porque un hombre no es realmente un hombre si se despoja del niño que fue, quiero empezar mi discurso hablando de los sueños de un niño descalzo de Kansas que se hizo famoso en Europa,” dijo, y añadió, “yo no soy el héroe, soy el símbolo de los héroes que ustedes y todos los ciudadanos de Estados Unidos enviaron a la guerra.”

Gehry retoma el tema del niño descalzo para recrear la vida y el ambiente en el que creció Eisenhower. Para representar los silos donde se guardaba el grano, Gehry construye una docena de columnas que sirven de sostén a una serie de “tapices” translúcidos con paisajes que retratan la vida en Kansas en distintas épocas del año.

El proyecto contempla también la creación de una serie de relieves basados en fotografías famosas de Eisenhower como General y como Presidente, y una estatua del niño descalzo contemplando los relieves. El último elemento del diseño es un pequeño parque arbolado que se funde en el paisaje de la explanada del famoso Mall de la capital federal.

La familia de Eisenhower, sin embargo, no ha ocultado su insatisfacción con el diseño del monumento. Uno de los nietos del Presidente incluso renunció a la comisión que inicialmente aprobó el proyecto. Su mayor objeción, dice una de las nietas, es que no ven en este diseño la huella de su legado.

Les molesta también el carácter vanguardista del proyecto para recordar a un hombre “que creía en los valores tradicionales.” Otro crítico del proyecto es el influyente columnista del Washington Post, George Will a quien le parece que el diseño minimiza la grandeza de un Presidente que merece una mejor celebración que la que Gehry está dispuesto darle. En un artículo reciente Will enumera los logros del General y, sobre todo, los del Presidente.

En su relación de hechos, sin embargo, no incluye las acciones más controvertidas de su presidencia, por ejemplo, los golpes de Estado que Eisenhower autorizó para imponer al Shah en Irán en 1953, y el que derrocó a Jacobo Arbenz en Guatemala, al año siguiente.

Menos serio pero más irritante ha sido la intervención de un grupo de extrema derecha que se autonombra “Sociedad Nacional de Arte Cívico” que descalifica el diseño difamando al escultor Charles Ray, contratado para realizar la estatua del niño descalzo que Ray ni siquiera ha empezado a diseñar, y objeta el diseño de Gehry y Wilson porque según los censores, el monumento a Eisenhower debería ser construido apegándose al estilo “Neoclásico”, ¿Por qué? Simple y sencillamente porque en su infinita ignorancia, ellos creen que así deben ser todos los monumentos.

Ya me imagino lo que pensará este grupo retrógrado de que a un costado de la Puerta de Brandenburgo en Berlín, el arquitecto estadounidense Peter Eisenmann haya construido el Monumento al Holocausto que consta de 2.711 bloques de concreto color gris de distintos tamaños, sin nombres ni fechas y que con su sobria majestuosidad conmueve el alma de quienes hemos tenido la suerte de visitarlo.

El tema del debate, sin embargo, no debería ser si debemos tomar con seriedad las alucinaciones de un grupo de fanáticos o si a la familia le gusta el monumento o si el monumento debe seguir la tradición convirtiéndose en un altar dedicado a resaltar las virtudes del homenajeado.

El tema de fondo es la vieja disputa sobre quién tiene autoridad para dictarle a un artista de qué forma y con qué contenidos debe construir un monumento.

Yo pienso que por más sano que sea plantear un debate sobre como usar el dinero de los contribuyentes y dado que no existe un manual universal sobre cómo hacer un monumento, a final de cuentas son los artistas quienes deben decidir cómo hacerlo. Más aún cuando quienes encabezan este proyecto son un trío tan extraordinario como el que forman Gehry, Wilson y Ray.

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