Dice Estados Unidos que emprende una guerra global contra el terrorismo. Una guerra que ya dura más de una década, busca nuevos escenarios, y cuyo objetivo real es la conquista de recursos naturales y áreas de influencia política. En esta contienda los terroristas han sido solo la razón construida, y en no pocas ocasiones, como sucedió en Libia y ocurre ahora mismo en Siria, son los mejores aliados en sus verdaderas pretensiones.
Hace unos días la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, admitió a la BBC que su país utiliza a la red de Al Qaeda y otras organizaciones calificadas por la Casa Blanca como terroristas, apoyando la insurgencia y la desestabilización en Siria.
Así valida las versiones de diferentes medios y del propio Gobierno sirio sobre la infiltración de agentes externos procedentes de Iraq, Libia, y Qatar.
Las declaraciones de la jefa de la diplomacia estadounidense fueron bastante contradictorias porque en esa misma entrevista a la cadena británica afirmaba que la población siria, «indefensa», estaba siendo atacada por las «implacables» fuerzas del Gobierno sirio. Eran de esperarse estas afirmaciones, que suelen ser predecibles y tienen un molde preestablecido. Junto con la verdad de la participación de EE.UU. en la crisis de la nación árabe, lanza el veneno que justifique como «honorables» y «legítimas» todas las maniobras que emprende Washington para llevar a cabo su estrategia de cambio de régimen: presiones económicas, satanización mediática, aislamiento diplomático y político, y recetas militares que van desde armar a la oposición hasta una posible intervención militar.
En otro momento, la Clinton afirmó: «Ellos (las bandas armadas opositoras) encontrarán, de alguna manera y en algún lugar, los medios para defenderse e iniciar operaciones ofensivas».
Son muchos los medios de comunicación que operando en terreno sirio o de la región árabe reconocen que Estados Unidos está involucrado, ya sea directa o indirectamente, en la desestabilización de la nación mesoriental, a través del contrabando transfronterizo de armas destinadas al denominado Ejército Libre Sirio (ELS), brazo armado del Consejo Nacional Sirio, una apátrida organización radicada en Estambul, Turquía, que quiere la intervención militar, de espaldas a los deseos de la mayoría del pueblo sirio expresados en el referendo constitucional celebrado el domingo pasado.
Armar a la oposición y crear en Homs una Bengasi (centro de operaciones de las bandas que echaron la guerra occidental contra Muammar Al-Gaddafi) es la estrategia que llevan a cabo EE.UU. y sus aliados europeos y árabes. En Homs actualmente se enfrentan las fuerzas gubernamentales con los grupos armados que respaldan, porque no pudieron utilizar las Fuerzas Armadas sirias contra Bashar Al-Assad, pues estas tienen un estrecho vínculo con la familia alauita a la que pertenece el Presidente, y una base ideológica distinta porque han sido entrenadas, primero en la URSS, y luego en Rusia, el mayor aliado de Damasco y muy interesado en una salida política a la crisis para evitar una guerra civil o una intervención extranjera.
Es cierto que ha habido desertores del Ejército sirio que se han sumado al ELS, pero no son tan masivas como propalan las transnacionales informativas occidentales y árabes. Además, la mayoría de los desertores son reclutas sunitas que se niegan a cumplir con el servicio militar. Por el momento no existe una fragmentación significativa en el Ejército Árabe Sirio, que sigue fiel al Presidente.
Los enemigos de Siria saben que para derrocar al Gobierno tienen que minar el país desde adentro. Por tanto, a la par que le imponen sanciones para estrangular su economía, azuzar todavía más el descontento popular y socavar el apoyo de la clase media a Al-Assad, y ante la posición de China y Rusia en el Consejo de Seguridad, tienen que propiciar aún más los enfrentamientos que les permita sustentar la tesis sobre una «emergencia humanitaria».
Y para ello cuentan con sus terroristas, los mismos que le sirvieron como fantoche a George W. Bush para acelerar la desquiciada guerra por el petróleo que hoy mantiene Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz.
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