TEGUCIGALPA.- Con Barack Obama como presidente, Estados Unidos continúa revigorizando sus relaciones con América Latina. Y para ello, envía a la región a sus mejores asesores, incluyendo al vicepresidente Joe Biden.
Pero, no es solo para estrechar amistades entre presidentes, vicepresidentes y políticos, sino para profundizar en problemas que afectan tanto a Estados Unidos como a naciones latinoamericanas, y buscar soluciones a corto plazo. Por ejemplo: el tráfico de drogas.
Los esfuerzos por erradicar la producción de drogas en Sudamérica han tenido menos éxito a medida que los narcotraficantes han movido sus operaciones a países centroamericanos, como Honduras.
Los esfuerzos por erradicar la producción de drogas en Colombia, Perú y Bolivia han tenido menos éxito a medida que los narcotraficantes han movido sus operaciones más a otros puntos y dentro de la selva en países centroamericanos, como Honduras.
Mientras que estos esfuerzos deben continuar, Estados Unidos necesita detener la demanda interna. La cantidad de adictos a la heroína y la cocaína en Estados Unidos no ha cambiado gran cosa desde mediados de 1980, debido al fracaso en la reducción de la producción y la ineficacia de los programas estadounidenses de prevención y tratamiento de las adicciones.
El narcotráfico, impulsado por un mercado tan enorme, se ha propagado por todos los rincones, y ya no debe pensarse en él como un problema colombiano, mexicano o boliviano. También es centroamericano.
PUNTO DE ENLACE
Los narcotraficantes han usado Centroamérica como un punto de enlace cuando menos desde los años 70. Sin embargo, las decisivas represalias en contra de las organizaciones criminales en México y Colombia, a la par de grandes progresos para limitar el tráfico al otro lado del Caribe, han atraído aquí cada vez más a los poderosos grupos, internando más profundamente el azote del narcotráfico en pequeños países centroamericanos que hasta ahora han sido incapaces de combatirlo.
La mayoría de los embarques conocidos de cocaína que van al norte, 84 por ciento de ellos, cruzó a través de Centroamérica en los últimos dos años, con base en datos de localización por radar de las autoridades estadounidenses, lo cual destaca un marcado aumento respecto de 44% en 2008 y apenas 23% en 2006.
En respuesta a la presión –y la oportunidad–, los carteles se han dispersado con rapidez. Cinco de los siete países centroamericanos actualmente están en la lista estadounidense de los 20 “principales países de tránsito ilegal de drogas o principales países productores de drogas ilícitas”. Tres de ellos, Costa Rica, Nicaragua y Honduras, fueron agregados apenas en 2010.
Al mismo tiempo, la administración del negocio ha cambiado. Los carteles mexicanos ya tomaron el control de los colombianos en años recientes, reclutaron a pandillas locales para que les ayudaran a impulsar los embarques, lo cual incrementó el consumo porque pagaban con drogas, al tiempo que expandieron las redes de extorsión y secuestro para redondear su empresa.
PROMESAS Y LABORATORIOS
Cuando el presidente Barack Obama visitó El Salvador en 2011, anunció un plan para combatir a la delincuencia organizada en la región mediante el fortalecimiento de las instituciones y suministrando entrenamiento para las autoridades, armas y equipamiento.
Sin embargo, muchos presidentes centroamericanos están frustrados por la espera. De los 1,600 millones de dólares en apoyos para la aplicación de leyes que EE UU se comprometió bajo la iniciativa antidrogas Mérida, anunciada en 2007, se asignaron 258 millones de dólares a Centroamérica. Sin embargo, apenas 20 millones de dólares habrían llegado a la región.
En el ínterin, el problema sigue en metástasis. Funcionarios estadounidenses confiesan que el problema es grave… y muy grave. En 2011, las autoridades hondureñas hicieron un impactante hallazgo: un importante laboratorio de procesamiento de cocaína, lo cual dejaba entrever que la región se estaba convirtiendo no solo en una estación de paso para las drogas, sino también en un productor.
Incluso rincones otrora pacíficos como Costa Rica están luchando con la adicción, pandillas y corrupción por el dinero de las drogas.
EL MAPA DE LA DROGA
El mapa militar que Estados Unidos tiene de presunto tráfico de drogas por avión y barco que salió de Sudamérica hacia Centroamérica en 2011 muestra veintenas de líneas que corren al norte. Del lado del Atlántico hay un arco de los vuelos que forma una pistola: La cacha es la frontera entre Venezuela y Colombia y el cañón está apuntado a la costa caribeña de Honduras. Del lado del Pacífico, las pistas revelan mayormente barcos; con docenas que salen de Colombia y se dirigen a un área de Costa Rica famosa por su pesca.
Ambas rutas son cada vez más populares: Presuntos vuelos de drogas hacia Honduras ascendieron a 82 en 2010, por arriba de los apenas 6 registrados en 2006 (no hay cifras oficiales para 2011, pero seguro son 100 o más); en Costa Rica, hubo 100 “eventos marítimos”, lo cual contrasta marcadamente con los 12 registrados hace cinco años.
Los patrones revelan cómo los narcotraficantes explotan las vulnerabilidades geográficas, políticas y económicas de la región. En Honduras, la costa noreste de San Pedro Sula ofrece un bosque tropical mayormente deshabitado que es perfecto para los aviones de un solo motor que usan los traficantes, para después ocultar o quemar la evidencia.
Un extraficante dijo que él había tenido muy pocos problemas desplazando cargas de cocaína a lo largo de los años. Contó que reunía libra tras libra de los aviones y después la llevaba en bote o automóvil hasta la frontera de Guatemala, sin que lo hubieran capturado una sola vez.
FALTA DE RECURSOS
Algunos oficiales de Honduras dicen que el sistema de radar que ellos necesitarían para seguir de cerca a los aviones costaría más 30 millones de dólares, e incluso así, necesitarían helicópteros y otro equipamiento para intervenir rápidamente. El caos de 2009 –“Mel” Zelaya mediante– solo empeoró la situación, ya que las fuerzas armadas de Honduras fueron desviadas a la contención de manifestaciones en las calles y oficiales estadounidenses suspendieron la ayuda antinarcóticos en respuesta a la crisis política.
En Costa Rica, la Costa del Pacífico ha demostrado que es igualmente porosa. Rápidas lanchas que cargan contrabando navegan por los carriles de barcos, informan pescadores en Puntarenas, el principal puerto del país. Destacan que sus radios han estado repitiendo por años peticiones de carteles en busca de comida u ofrecimientos de unos cuantos miles de dólares para que transporten drogas a la costa.
Esto es, si no es que los narcotraficantes ya son dueños de las embarcaciones. Funcionarios de la Cámara de Comercio de Puntarenas dijeron que personas de quienes se sospechaba que eran dirigentes de carteles habían comprado al menos media docena de negocios pesqueros en los últimos años, obligando a las ventas ya sea con el cañón de un arma u ofreciendo un precio mayor al normal en tiempos que la captura de peces va en descenso.
LAS CONSECUENCIAS
Centroamérica no solo rebosa de traficantes de drogas. La región se ha convertido en un importante consumidor de cocaína, empezando hace unos cuantos años atrás cuando los carteles empezaron a pagarle a la gente en especie. Traficantes locales rápidamente convirtieron esos pagos en crack que se vende por un dólar la dosis.
Las consecuencias se siguen multiplicando. Áreas urbanas y poblados costeros están experimentando más delincuencia relacionada con las drogas, al tiempo que los centros de tratamiento están tan abrumados y mal preparados como la policía.
En San Pedro Sula, todos los lugares en el centro de tratamiento de drogas estaban ocupados durante una reciente visita. La alternativa más cercana estaba a seis horas en automóvil. En Puntarenas, Costa Rica, el centro de drogas ofrecía un retrato de lo que ocurre cuando los carteles se infiltran en un poblado de 10,000 habitantes, en un país más pequeño que Virginia Occidental. Albergado en lo que alguna vez fue un depósito del tren, el centro estaba lleno, como de costumbre, con 32 hombres en aprietos.
TASAS DE HOMICIDIO, EN AUMENTO
El aumento de la violencia, la inseguridad y los crímenes es lo que aterra a la gente y a los dirigentes de Honduras y Costa Rica. Si bien México continua luchando con una violencia cruenta, su tasa de homicidios sigue siendo relativamente baja, con 12 por cada 100,000 habitantes. En Honduras, la tasa de homicidios de por sí alta ha subido rápidamente y es mucho mayor que la de México; con 66.8 por cada 100,000 habitantes, es la peor en Centroamérica.
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