The American “Campus”

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El ‘campus’ americano

Por: EDUARDO POSADA CARBó | 6:48 p.m. | 01 de Marzo del 2012

Eduardo Posada Carbó

Quienes insisten en la cantaleta de la decadencia de los Estados Unidos tendrían que visitar el campus americano.

Importa reconocer el liderazgo mundial de los Estados Unidos en educación universitaria.

Mi primer encuentro con el ‘campus’ americano fue en el verano de 1976, cuando aterricé un buen día como estudiante de inglés en la Universidad de Yale. Fue un verdadero descubrimiento. Desde entonces, cada visita a una universidad de los Estados Unidos reafirma aquella impresión inicial: el ‘campus’ es una de las grandes invenciones norteamericanas.

Inspirados originalmente tal vez en los colegios de Oxford y Cambridge, el campus americano creció con personalidad diversa, al ritmo de sus ramificaciones en distintos lugares de los Estados Unidos. Suelen ser mundos en sí mismos. Ya estén en medio de grandes metrópolis, como Chicago, o en la periferia de lugares más pequeños, como South Bend, son simplemente ciudadelas pobladas por comunidades universitarias, con una vida propia, que trasciende los salones de clases.

Mi primer encuentro con el campus americano representó también el descubrimiento de la biblioteca como centro del aprendizaje, en vez de la cátedra magistral. La Beinecke, en Yale, se encuentra en un edificio monumental, en cuyo interior se exhibe de manera majestuosa una muestra de sus libros antiguos. Aunque es una institución independiente de la universidad, la biblioteca John Carter parece dominar el campus de Brown, con su fachada arquitectónica clásica.

Sus edificaciones importan menos que sus contenidos. La John Carter Brown ofrece la colección más completa de documentos coloniales en las Américas hasta las independencias en la década de 1820. Los catorce pisos de la Biblioteca Hesburgh, en Notre Dame, llenos de libros en estantes asequibles a los lectores, son el deleite de cualquier investigador. Sus valiosas colecciones incluyen bibliotecas especializadas en Edmund Burke o Jonathan Swift, o el legado de José Durand, un poeta peruano que se dedicó a acumular joyas literarias hispanoamericanas desde la época del Inca Garcilaso.

Abiertas hasta pasada la medianoche, sus bibliotecas centrales suelen tener disponibles en sus primeros pisos los últimos ejemplares de centenares de periódicos y revistas académicas. La era de Internet ha servido para ampliar sus servicios. Sirven a los estudiantes, claro. Las bibliotecas son, además, el mercado natural del libro. Por el volumen de su demanda, garantizan un movimiento mínimo al mundo editorial, con el que se benefician también profesores y escritores, el conocimiento y la investigación.

El campus americano se aprecia mejor en la provincia, no en las ciudades capitales. Muchos tienen historias fascinantes. Como la relatada por el padre Edward Sorin, quien, con otros hermanos de la congregación de Sainte-Croix, se instaló en 1842 al borde de un lago para fundar muy pronto la Universidad de Notre Dame. Su hermoso campus conserva el espíritu de recogimiento de aquellos misioneros franceses. Y alberga una exquisita colección de arte en el Museo Snite.

No deja de sorprender la visión de Sorin o de otros que decidieron establecer universidades tan temprano en sitios remotos. Por su dispersión geográfica, el campus americano es fuente de progreso descentralizado. Hoy, South Bend tiene con orgullo un museo de Studebakers, automóvil símbolo de su pasado industrial, pero la universidad es quizás el motor de su vida económica.

Importa reconocer el liderazgo mundial de los Estados Unidos en educación universitaria. No tiene casi países rivales, con la excepción de algunas universidades, en particular las británicas. Parte del éxito está en sus ricas dotaciones por empresarios filántropos; pero también en una visión del progreso que entendió muy pronto el valor de la educación. Quienes insisten en la cantaleta de la decadencia de los Estados Unidos tendrían que visitar el campus americano.

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