Obama, Silvio and Demo…

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Obama, Silvio y Demo….

El único documento que firmó el presidente de Estados Unidos en Colombia, fue la carta que le envió al exalcalde de Turbaco Silvio Carrasquilla. Esto a raíz de las especiales deferencias que este controvertido personaje ha tenido con Obama, desde que supo que sería candidato a ocupar la Casa Blanca. En ese sentido, si de obtener la aprobación del mandatario norteamericano se trataba, es claro que el triunfador de la cumbre fue Silvio, quien sin invitaciones, escarapelas, discursos y consensos, logró burlar los tres anillos de seguridad y meterse en la cabeza de Obama, hasta el punto de que el mandatario no pensó en los tres días de la cumbre, en cosa distinta, que en el famoso burrito Demo.

La carta de Obama, que ahora se presenta como un episodio pintoresco y anecdótico, es realmente más importante de lo que parece a primera vista y muestra el talante del mandatario del norte y la claridad que tenía, en cuanto a su papel en la cumbre, cuando aceptó venir a Cartagena. Nada logró conmover al poderoso mandatario, cuando sus ingenuos colegas de América Latina, pretendieron que distrajera su atención a Demo, para dedicarse a temas “aburridores”, como el bloqueo a Cuba o la situación de las Malvinas.

No se conmovió el presidente americano con la belleza y esplendor de nuestra querida ciudad, primorosamente arreglada y preparada exclusivamente para él. Tampoco lo inmutaron los dieciocho mil policías, ni los noventa y pico de millones de dólares gastados, buena parte de los cuales seguramente provenían de sus ayudas, y que ahora ante las críticas de derroche y la pobre relación costo beneficio de la cumbre, se han reducido a menos de la tercera parte de lo que inicialmente se aceptó.

El presidente del país más poderoso del mundo nunca se dejó perturbar por el estoicismo y educación de los cartageneros, con su alcalde a la cabeza, quienes paciente y resignadamente aceptaron todos los sacrificios a que fueron sometidos por un centralismo desmesurado y genuflexo, quien en su afán de atender y agradar a ultranza, violaron normas, atropellaron costumbres y se llevaron por delante varios cientos de años de historia, cuando convirtieron en cafetería la Torre del Reloj y casi descuajan de sus cimientos el Fuerte de San Felipe de Barajas, para instalar una pachanga, a la que el líder mundial casi ni atendió, agobiado por la impertinencia de los cientos de lagartos que querían adularle, y el peso insoportable de los 45 kilos de su vestido, bordado en hilos de bronce y acero.

Nada impresionó a Obama. Ni siquiera las esculturales muchachas que, armadas únicamente de ternura y comprensión, extraviaron a los rudos “guardias de corp” del presidente, por los vericuetos de la desobediencia y la irresponsabilidad y, sin proponérselo, armaron un escándalo de alto calibre internacional, que además de opacar la cumbre y sus pírricos resultados políticos, les entregó en bandeja de plata al Partido Republicano, una importante herramienta de combate para, al menos, hacer una pelea digna, contra la arrolladora maquinaria demócrata, que ya se creía segura en la reelección.

El presidente sólo tenía ojos para Demo. En sus raudos recorridos por la ciudad, encerrado en una limousine con puertas de vieja nevera icasa, sumido en sus reflexiones, sólo cambiaba su catadura adusta por una sonrisa cosmética, cuando divisaba entre la muchedumbre al burrito en brazos del carismático turbaquero. Entonces se entusiasmaba como un niño, se reía con toda la chapa, levantaba la mano frenéticamente y saludaba hasta que la caravana se perdía de vista y el presidente se extraviaba nuevamente en sus pensamientos, en los que nunca estuvieron ni Cuba ni las Malvinas.

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