El escándalo internacional que terminó por opacar los resultados de la VI Cumbre de las Américas, por cuenta de la libido incontrolada de un grupo de agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos, es un compendio de chambonadas en el ejercicio de la política, la diplomacia, la seguridad, la moralidad, e inclusive el periodismo.
Enredarse en noches de copas y piernas es asunto de rutina para los militares norteamericanos en sus correrías por el mundo, independientemente de si se trata de guerras, misiones humanitarias o de protección a dignatarios. Varias producciones cinematográficas de Hollywood se han inspirado en los furtivos amores de soldados en los burdeles, en medio de explosiones o de complejas maniobras de espionaje.
Los hijos aceptados o negados de Marines norteamericanos en países militarmente intervenidos por el Tío Sam son otro indicador de las batallas libradas entre sábanas por los hombres de armas. En tal sentido las jornadas horizontales de los agentes del Servicio Secreto en las seductoras noches de Cartagena no habrían trascendido de no ser por la chambonería en la que incurrieron algunos de ellos, que terminaron por ponerlos a todos en evidencia, dejando en ridículo universal a uno de los organismos de seguridad más importantes del mundo y de paso pusieron entre colchones de dudas, la figura del presidente de los Estados Unidos en plena contienda electoral por su reelección.
El acto chambón de un agente, de llegar “jincho de la perra” al centro de operaciones estratégicas para la seguridad del hombre políticamente más importante del mundo, acompañado de una prostituta y pretender ponerle “conejo”, generó una seguidilla de chambonadas que aun no se detiene.
No menos chapucero que él, fue el procedimiento del propio Servicio Secreto, que a pesar del sigilo con que investiga graves acusaciones contra sus miembros en diferentes partes del mundo, dejó al descubierto el derrier de los agentes putañeros y los involucró en la agenda mediática de la cumbre. No fue necesario que pasaran varios años para que Wikileaks revelara los expedientes secretos de la investigación.
Las torpezas continuaron con la decisión del Presidente Barak Obama de hablar del episodio a cambio de lo que no quiso hablar en la Cumbre: el retorno de Cuba a la OEA, la soberanía de Argentina sobre las Islas Malvinas y la legalización de las drogas. Con su venia, el sexo secreto cobró protagonismo por encima de la política internacional.
Consecuentemente con la oleada de pifias, algunos voceros oficiales y gremiales pretendieron negar la ocurrencia del episodio, mientras otros insisten en desconocer la inocultable oferta sexual en el mercado turístico de Cartagena, similar o mayor al de otros grandes destinos del mundo.
Las chambonadas que caracterizan éste escándalo internacional no exceptúan a los medios de comunicación; no sólo porque demostraron que la explotación del morbo y las bajas pasiones se venden más que investigaciones sobre las implicaciones que tendrán para el continente las decisiones de la cumbre, sino porque los deslices sexuales de los agentes secretos eclipsaron otras indelicadezas que también pudieron ser noticias.
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