Queda muy en duda la efectividad de éstas y otras cumbres, más allá de sus fotos oficiales
Concluyó la VI Cumbre de las Américas y siguió los pasos de las anteriores (Mar del Plata en 2005 y Puerto España en 2009). Si en aquellas las divergencias fueron en comercio (con oposición mayoritaria contra la ALCA), en esta sexta versión la falta de consenso fue en otros temas cruciales: participación de Cuba, legalización de las drogas y soberanía de las islas Malvinas.
El mayor conflicto para los 34 países hemisféricos invitados era la exclusión de Cuba por incumplir la Carta Democrática, oposición promovida por EEUU y Canadá, con apoyo de Costa Rica y Panamá. El reclamo contra la exclusión, liderado por los países de la Alba, tuvo apoyo principal de Argentina y otros países, entre ellos Brasil y Uruguay. El viaje del presidente Santos y la canciller Holguín en marzo a Cuba para explicar al Gobierno que no era invitado por “falta de consenso” —además de visitar al presidente Chávez en su tratamiento clínico y, con seguridad, recabar su muy importante comprensión—, sólo sirvió para no fracasar la convocatoria a la Cumbre, pero no evitó que el affaire Cuba estuviera presente en sus jornadas.
El boicot inicial a la reunión en Cartagena de Indias por los países de la Alba, liderado por el presidente Correa, concluyó en la automarginación de Ecuador, cuando los demás mandatarios de la Alianza anunciaron asistir y promover la participación de Cuba. En la realidad, el único líder bolivariano que asistió fue el presidente Morales, pues sus otros dos socios principales (Chávez y Ortega) no fueron.
El segundo gran conflicto era por el narcotráfico en la región, afectada por el crecimiento desmesurado del crimen organizado y el desmejoramiento acelerado de la seguridad ciudadana, lo que se reflejó en la propuesta del presidente guatemalteco, Pérez Molina, de legalizar las drogas, con oposición de EEUU.
La otra divergencia era por la soberanía de las Malvinas. Tema promovido por Argentina y apoyado por los países latinoamericanos —con más o menos entusiasmo—, era motivo de disenso por la relación de EEUU con Gran Bretaña y la pertenencia a la Commonwealth de Canadá y los países anglófonos del Caribe.
Ninguna divergencia se solucionó y se terminó en el disenso. Un fracaso que, más allá de los mandatos que se definieron (convertir la prosperidad económica en prosperidad social; desarrollar la infraestructura física e interconexión eléctrica; promover el acceso a la tecnología y la comunicación; prevención conjunta frente a los desastres naturales; fortalecer la seguridad ciudadana; y el dado a la OEA de explorar nuevos enfoques más efectivos en la lucha contra el narcotráfico) demostró las múltiples divergencias, aun más allá del conflicto Norte-Sur. El éxito de Colombia al lograr realizar la Cumbre fue pírrico porque no logró subsanarlas y el verdadero triunfo fue de la Alba porque, sin bloquearla, la definió con sus criterios.
Después de ésta, queda muy en duda la efectividad de éstas y otras cumbres, más allá de sus fotos oficiales y del costoso turismo institucional.
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