The US and Its “Banana Republic” Treatment of China

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Estados Unidos y su tratamiento de república bananera con China

Juan Francis Coloane (especial para ARGENPRESS.info)

El caso del disidente chino Chen Guangcheng y el resplandor que emerge del entorno político es un ejemplo del síndrome de república bananera del que Estados Unidos no se puede desprender por tradición y que ahora se hace evidente con China.

Ninguna de las dos naciones lo admite así. Las dos potencias mayores de la actualidad están lejos de querer reflejar el sistema de relaciones que mantenía Estados Unidos con las repúblicas de menor calibre que se distinguían por las exportaciones de frutas, especialmente bananas y de donde emerge el concepto descalificador de “república bananera”, tal vez la más clara expresión del neocolonialismo

Sin embargo las escaramuzas diplomáticas en torno al disidente chino -contrario al control de la natalidad y que estuvo a punto de obtener asilo en la Embajada de Estados Unidos en Beijing-, demuestran que la poderosa nación del norte no abandona la metodología de la infiltración como en los mejores tiempos de la guerra fría anti- soviética.

A veces burda, en otras oportunidades sofisticada, la penetración de Estados Unidos forma parte del sueño tormentoso o pesadilla que ha sido desestabilizar China y finalmente conquistarla.

El tema central histórico consiste en que para unificar a las dos Coreas bajo el modelo occidental después de una cruenta guerra, Estados Unidos perdió finalmente a China. Este dato monumental constituye una gran herida porque fue una gran derrota y forma parte de la “caja negra” en las oficinas del Pentágono y el Departamento de Estado. En lo subyacente además de interrumpir la consolidación de la China comunista, la idea estratégica de la guerra consistía en ocuparla.

En la época en que se desarrolló, 1950-1953, el gigante asiático no era la Grecia que estuvo a punto de convertirse al socialismo a fines de la Segunda Guerra. Ni los partisanos griegos representaban la lucha de más de 30 años de los comunistas chinos al mando de Mao y Lin Piao.

Considerando el radio de acción y el tiempo, la guerra en Corea dejó proporcionalmente más víctimas que la Segunda Guerra que abarcó varios continentes y se prolongó casi siete años. Es quizás también la guerra más determinante en términos políticos porque se transformó en un conflicto entre las naciones occidentales en pos de la supremacía y el resto de las naciones opuesto a esa supremacía. Es así de simple. El impacto de la Segunda Guerra (1939-1945) estaba muy presente en la memoria colectiva de las naciones y sus pueblos como para darle otra lectura a la guerra en Corea.

Las repercusiones del daño por haber ganado un pedazo de Corea, y haber perdido China fueron por mucho tiempo subestimadas en Estados Unidos que lideró el aislamiento y acoso más brutal de una nación ya devastada por una larga guerra y la ocupación japonesa. Richard Nixon el máximo exponente del “guerrero frío” hace despertar la política exterior en Estados Unidos para definitivamente construir una política de “recuperar” China.

Todo es parte de una geometría internacional que se fue perfilando para contener al otro monstruo anti capitalista como era la EX URSS. Cuando Estados Unidos abre la compuerta, China se hace parte de Naciones Unidas (1971) en medio de la tensión interna provocada por la Revolución Cultural (1966-1976). La entrada de China al sistema internacional después de 22 años de aislamiento total con la excepción del bloque socialista, desahoga la tensión interna de las dos posturas en China: la que consistía en mantener los preceptos socialistas de Mao y la otra que postulaba reformar para integrar China al resto del mundo.

La situación en 2012 es completamente diferente y ya es parte del nuevo paradigma ver una China transformada en la segunda gran potencia a nivel global con los riesgos y las oportunidades que ello implica.

Esto significa asumir que la otra potencia hará todo lo posible para que no se le dispute la supremacía, independiente del régimen político interno. Es la lección que Estados Unidos aprendió con la ex URSS y que hizo transformar radicalmente su política exterior en el sentido de no aceptar nunca más una potencia que se le ponga al frente. Es así que la actual presión occidental para modificar el régimen político chino es el gran pretexto para desestabilizar a China y aprovechar la eventual coyuntura para ganar espacios en pos de la supremacía.

En otros planos hay una senda de cooperación. Se estima que 22% de los estudiantes extranjeros en Estados Unidos proviene de China. La cifra se empina por los 157.000 estudiantes chinos que circulan por las universidades estadounidenses con un crecimiento anual sostenido superior al 10 % desde hace media década. Hay inclusive estudiantes en áreas científicas que siendo militantes del partido comunista chino son aceptados en las universidades en base a convenios.

La apertura con presiones tiene un correlato muy pesado y complejo si se examina la realidad de las actividades de espionaje y contraespionaje entre China y Estados Unidos que son reconocidas oficialmente. Wan Jisi un analista chino reconocido en ambas trincheras en un artículo (“China-Japan-US Relations”, 2002; Japan Centre For International Exchange), anticipa la política de Estados Unidos de aprovechar cualquier circunstancia para deslegitimar el liderazgo chino y desestabilizar China a toda costa.

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