Anoche, a eso de las nueve, un avión de carga despegó del aeropuerto Eldorado de Bogotá con rumbo a Miami. Llevaba en su interior 4.250 cajas de flores con un peso cercano a las 80 toneladas, que fueron recibidas por la aduana de Estados Unidos en el amanecer de hoy. Dicho envío probablemente no tendría mucha trascendencia de no ser porque es el primero que entra al país del norte, al amparo del Tratado de Libre Comercio con Colombia, que comienza a tener vigencia a partir de la fecha.
Así, tras rosas, claveles y astromelias, empieza una nueva etapa con la economía más grande del mundo, la misma que es el principal destino de nuestras exportaciones y el primer origen de las importaciones que adquirimos. Atrás quedan los largos años de espera, ocho desde aquel 18 de mayo del 2004, cuando en Cartagena se pusieron en marcha las primeras mesas de negociación, tras la cual tendría lugar un complejo proceso de ratificación, que en momentos pareció ser interminable.
Sin embargo, eso quedó atrás. Por lo tanto, ya no vale la pena lamentarse sobre la pertinencia del acuerdo o los pormenores de una discusión, que en su momento fue sometida al escrutinio público. Ahora lo que hay que hacer es entender el tamaño del desafío y, en lo posible, recuperar el terreno perdido. De manera que se deben aprobar las asignaturas pendientes en infraestructura, pero también trabajar para que las normas operen en forma efectiva, sobre todo en lo que corresponde a la Dian.
No menos importante es saber identificar los sectores que tienen potencial de abastecer a los consumidores estadounidenses, al igual que las ventajas comparativas de las diferentes regiones del país en ese propósito. En tal sentido, hay que destacar el juicioso proceso que ha hecho Proexport, al examinar la oferta de bienes que existe en este lado y la inmensa demanda, estado por estado, que se encuentra en el otro.
Cruzarse de brazos sería imperdonable. A pesar de que subsisten grandes desafíos a la hora de vender en un idioma diferente y en un mercado que es implacable cuando de exigir calidad y cumplimiento se trata, los empresarios colombianos tienen que hacer un curso que muy pocos han aprobado. Los casos de éxito que se encuentran en México, Perú, Chile o América Central -tras haber transitado la senda de su respectivo TLC- demuestran que es posible aumentar las exportaciones y generar empleo con valor agregado si se tienen persistencia y visión de largo plazo.
Al tiempo que eso ocurre, hay que prepararse para la mayor competencia, algo que se logra con trabajo y no con los gritos que anuncian la catástrofe, que tienden a ser los preferidos de algunos dirigentes gremiales. Sin ninguna duda, la nueva situación toca ramos particularmente sensibles, como el agropecuario, pero los escenarios de desgravación oscilan entre una y dos décadas, lo cual da tiempo para emprender labores indispensables de reconversión productiva, con el fin de ser más eficientes que ahora.
Igualmente, es clave preservar un clima apto para la inversión. La excepcional posición geográfica de Colombia abre la puerta para que un número apreciable de proyectos industriales se desarrollen en el país, y aprovechar así el acceso preferencial a Estados Unidos. Pero para que las iniciativas fructifiquen hay que tener reglas de juego claras y dejar los bandazos del pasado.
Y lo más trascendental de todo es entender que el TLC es una herramienta que puede ser más o menos útil, dependiendo del uso que le den los colombianos.
Por eso, a pesar del tiempo transcurrido, se puede decir que la verdadera tarea apenas comienza.
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