Edited by Peter McGuire
El sábado próximo, 2 de junio, será el Día de Acción Global contra las armas nucleares. Hay aproximadamente 23 mil 300 en el mundo y representan una amenaza directa y permanente contra la seguridad global y la supervivencia humana. Miles de ellas se encuentran en alerta de lanzamiento, lo que significa que pueden ser activadas en cuestión de minutos. Además, implican una desviación de recursos que podrían destinarse a la salud, la educación y otros servicios básicos. Solamente Estados Unidos gasta en su armamento nuclear más de 40 mil millones de dólares al año, suficientes para que la pobreza mundial fuera erradicada en 2030.
La Contracumbre por la Paz y la Justicia Económica que se llevó a cabo en Chicago los pasados 18 y 19 de mayo, paralelamente a la Cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y que reunió a representantes de la sociedad civil de todo el mundo, con la participación del Círculo Latinoamericano de Estudios Internacionales (CLAEI) como representante de América Latina, proclamó en su declaración final:
“Exigimos la abolición de todas las armas nucleares. Exigimos que se ponga fin a la participación nuclear de la OTAN, mediante la cual las armas nucleares estadunidenses están estacionadas en países ostensiblemente no nucleares, como un paso importante hacia la eliminación global de las armas nucleares”.
A menos que el género humano se deshaga de todas las armas nucleares, existirá siempre el peligro de que sean utilizadas otra vez, intencionalmente o por accidente; y los efectos resultarían catastróficos. Las dos bombas nucleares arrojadas sobre Japón en 1945 asesinaron a miles de inocentes. No podemos correr el riesgo de que algo así ocurra nuevamente.
Hoy en día, nueve países disponen de armas nucleares y cinco más tienen armas nucleares estadunidenses en sus territorios. La mayoría de los habitantes y los gobiernos del planeta desean su abolición y existe la obligación legal de negociar una prohibición. La Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (CIAAN, conocida internacionalmente como ICAN, por sus siglas en inglés), a la que pertenece el CLAEI, se ha convertido en una herramienta fundamental para impulsar una creciente ola de apoyo popular con este propósito.
Las minas terrestres, las armas químicas y las biológicas han sido prohibidas ya. Es tiempo más que suficiente para prohibir las peores de todas; y esta es una meta realista que puede alcanzarse. Los arsenales nucleares, que llegaron a tener 70 mil ojivas en los momentos más tensos de la Guerra Fría, albergan ahora las 23 mil 300 a las que me referí anteriormente. Todo lo que se requiere para eliminar el resto es voluntad política.
Es importante no perder de vista que las armas nucleares son las únicas con la capacidad para destruir el planeta entero en cuestión de horas. Una sola bomba lanzada sobre una ciudad puede matar a millones. Ningún país debe tenerlas, no solamente porque su existencia implica una automática ambición de dominio, de poder, sino porque si alguien dispone de ellas, otros las querrán también. En vez de ser factor de seguridad, son amenaza permanente.
A menos que el mundo se deshaga de todas, lo más probable es que serán usadas de nuevo. La absurda pretensión de que podrían servir para desalentar, contener o amedrentar a grupos terroristas, no resiste un mínimo examen: el fundamentalismo nunca se detendrá mediante supuestas medidas de contención. Es más, los países con armas nucleares son los blancos más atractivos para los terroristas.
Cualquier ataque nuclear, aun retóricamente restringido, matará indiscriminadamente. Ocasionará daños severos de largo plazo y alcance global, tanto a los seres humanos como al medio ambiente, como consecuencia de las partículas radiactivas. La sociedad civil internacional coincide en la demanda de acabar de una vez por todas y para siempre con este peligro. Hay que obligar a los gobiernos a obedecer a sus mandantes, sin pretextos ni retrasos.
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