Hasta hace un tiempo, cuando alguien quería referirse al lujo sobre ruedas mencionaba la mágica palabra Cadillac. Este automóvil era epítome del carro elegante, suntuoso, casi exhibicionista. Había otras marcas, por supuesto. Rolls Royce era sinónimo de dinero y poder; Mercedes Benz, de eficiencia y comodidad, y algunos escudos italianos lo eran de exotismo, prosperidad y carácter.
Pero nada como el Cadillac. Porque, a diferencia del Rolls Royce, no había que ser jeque árabe para adquirirlo: bastaba con acreditarse, mediante cheque girado a General Motors, como un modesto multimillonario tejano.
El Cadillac representaba lo máximo de que era capaz la poderosa industria automotriz de Estados Unidos. Fue este el primer carro en abandonar la manivela e inaugurar, en 1912, el motor de arranque eléctrico. Pronto encarnaba el lenguaje de la riqueza y la tecnología de punta. Pretendía competir con él, pero no lo conseguía, el Lincoln, de la Ford. El imaginario norteamericano estaba lleno de Cadillacs. Había canciones que lo mencionaban, artistas que paseaban en los suyos como demostración de superioridad y Hollywood llegó a hacer una película sobre el Cadillac de puro oro, una evidente redundancia. John F. Kennedy fue asesinado en un Cadillac.
Durante casi todo el siglo 20, la GM trepidó con su Cadillac como bandera de lujo. Pero pasó lo que pasó: los autos japoneses y europeos conquistaron buena parte del mercado internacional y aun del mercado de Estados Unidos; se impusieron los tamaños más reducidos y los motores menos glotones y cayeron las ventas del Cadillac. Otras marcas, como Mercedes, Lexus, BMW y Volvo, se colaron en su territorio. En 1990 vendía 250.000 unidades y en el 2011, sólo 152.000.
Transcurridos unos años de decadencia, aspira ahora a resucitar. Pronto empezará a fabricar el modelo XTS, grandote y reluciente. Su diana, esta vez, no serán los estadounidenses adinerados, como el candidato republicano Mitt Romney, que tiene dos en su casa, sino el mercado chino. Los nuevos ricos del lejano oriente compraron 8.000 en el 2010 y 30.000 en el 2011. GM aspira a superar allí las ventas domésticas. Quién lo iba a creer: los nietos de Mao Zedong están dando nueva vida a uno de los más preclaros símbolos del capitalismo dorado.
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