The Dollar: Unnecessary Hysteria

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Una vez más las miradas se vuelven hacia un conocido indicador: el valor del dólar. Y, como en otras épocas, hay también múltiples precios para la moneda estadounidense. En primer lugar, el oficial que es fuertemente controlado y cotiza a $4,50. En este contexto, sus microscópicos movimientos diarios tienen poca información relevante para aportarnos sobre el futuro. Por otro lado, se encuentra el paralelo, que en estos días rondaba $5,90, es decir una diferencia de alrededor del 30% con el anterior. Esta brecha oscila principalmente en virtud de la incertidumbre presente y de la severidad de los controles, que dificultan o tornan más riesgoso el acceso a la divisa por dicha vía. Se trata de un mercado verdaderamente ínfimo, que mueve tan sólo un promedio de tres millones diarios. Finalmente, existe también el denominado contado con liquidación, que es el precio de un dólar puesto afuera del país y que cotiza aún más arriba, a $6,10. Naturalmente, son pocos los privilegiados que disponen de fondos suficientes y cuentas en el exterior como para realizar operaciones en este ámbito. De hecho, las transacciones equivalen a cerca de cuarenta millones de dólares por día.

El escaso volumen de los dos mercados del dólar no oficial despierta algunas reflexiones. La primera tiene que ver con manifestaciones del oficialismo respecto de la porción de la población que compra el famoso billete verde, y que algunos estimaron en un entorno del 10%. En un país con un salario formal que en promedio ronda los $4.500 en mano, no es de extrañar que sea relativamente poca la cantidad de gente con capacidad de ahorro. Sin embargo, ello no quita que, en vista de nuestro pasado, sea mucha más la proporción de ciudadanos que mira al valor del dólar como guía -ciertamente imprecisa- de qué es lo que está ocurriendo o puede llegar a ocurrir con la economía.

Más allá de las experiencias pasadas, este comportamiento no deja de ser llamativo. Y no porque muchos argentinos sean raros en su obsesión compulsiva por pensar en dólares, como expresó el jefe de Gabinete Abal Medina en su visita al Senado. Más bien todo lo contrario: son las medidas que el gobierno nacional ha ido tomando las que han llevado innecesariamente a algunos segmentos de la población a inquietarse por este tema.

El Banco Central tiene en la actualidad más de 47.000 millones de dólares en reservas internacionales. Aún descontando los préstamos del Banco de Pagos Internacionales (BIS), la contabilidad de los encajes en dólares (temas técnicos que no vale la pena desarrollar en este breve espacio) y las reservas a utilizar para transferir al Tesoro con el objetivo de cancelar deuda en dólares, el poder de fuego del BCRA alcanza los 31.000 millones de dólares. Resulta extraño, entonces, que esos dos mercados minúsculos hayan adquirido la capacidad de intranquilizar.

A veces el nerviosismo lleva a proyecciones basadas en la historia, reciente y mediata, de nuestro país. Entonces se analizan, para ver qué puede ocurrir, episodios previos de diferencias entre el mercado formal y el paralelo, de desdoblamientos con tipos de cambio múltiples y/o de costosas mega-devaluaciones. Se hace referencia así a los 70 (Rodrigazo), los 80 (crisis de la deuda e hiperinflación) y fines de los 90 (convertibilidad en estado terminal). Sin embargo, Argentina hoy tiene diez veces más reservas que en los primeros años de la recuperación de la democracia o que en 1989; y cincuenta veces más que en 1975. De igual manera, las exportaciones son treinta veces mayores que en el año del Rodrigazo, y diez veces más altas que en el gobierno de Alfonsín, con un superávit comercial también significativamente superior. Y cualquier indicador sobre la magnitud de los vencimientos relevantes de deuda en dólares muestra que hoy pesan tres veces menos que hacia el fin de la convertibilidad.

Todo esto implica que:

a) la economía tiene suficientes dólares acumulados

b) los sigue generando

c) tiene menos necesidad de ellos para afrontar sus compromisos financieros que en el pasado.

Entonces ¿por qué persiste el Gobierno en generar esta evitable histeria por el dólar?

Quizás la sucesión de declaraciones del senador Aníbal Fernández sobre toda esta cuestión sirva para aproximar una respuesta. Sus manifestaciones sobre un supuesto acuerdo del secretario de Comercio Guillermo Moreno con las casas de cambio sobre el valor de un dólar ilegal -aunque fueran luego criticadas por funcionarios del poder ejecutivo- revelan un nulo conocimiento sobre el tema junto con una ausencia de comunicación interna. Pero, además, Fernández dijo que vender dólares a $4,49 sería “de idiota” y estimó tranquilizador aquel pretendido pacto para que el paralelo se ubicara en $5,10, como si ese fuera el precio más bajo creíble por la población. ¿No sería más fácil reconocer explícitamente que, con inflación galopante y creciente, el dólar oficial se ha ido retrasando y lo sigue haciendo a una gran velocidad?

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