El ciclista prefirió poner su cuerpo y su preparación física en manos de fisiólogos y entrenadores españoles
El Gobierno español debería ofrecerle de inmediato a Lance Armstrong la nacionalidad española y una buena residencia donde mejor le conviniera. Incluso, dado que la carrera política del deportista de Austin (Tejas) murió antes siquiera de comenzar, no sería descabellado que el partido en el poder le ofreciera un puesto en sus listas para futuras elecciones al Congreso o al Senado, donde no desentonaría al lado de otros deportistas que han encontrado en el servicio político un segundo aliento a sus vidas. Sería un gesto generoso que recompensaría al ciclista de Estados Unidos por todo lo que ha hecho por España y por su industria científica, en unos momentos en que se ve perseguido por dopaje por las autoridades deportivas de su país.
Gracias al espíritu pionero del ganador de siete Tours de Francia, quien hace más de una década decidió establecer sus cuarteles ciclistas en Girona, la ciudad catalana se ha convertido en un paraíso para ciclistas profesionales de todo el mundo.
Después de sus escarceos con el médico y entrenador italiano Michele Ferrari, Armstrong prefirió poner su cuerpo y su preparación física en manos de fisiólogos y entrenadores españoles, concediendo gracias a su generosidad a la escuela española de investigación científico-deportiva y del rendimiento un puesto de preponderancia en el ámbito mundial. La tradición era ya fuerte, y especialistas españoles en el rendimiento eran pocos años después los más buscados por los mejores deportistas del mundo. Algunos de sus nombres, como el de Eufemiano Fuentes, Marcos Maynar, Jesús Losa o Alberto Beltrán, se han hecho famosos por su repetida aparición tanto en los anales de su ámbito de experiencia como en los informes policiales y judiciales de investigación española contra el dopaje.
La generosidad de Armstrong, sin embargo, ha conseguido que la pasada semana, en el escrito de acusación de la Agencia Estadounidense Antidopaje (USADA), se añadieran tres nombres más de especialistas españoles en el rendimiento —Luis García del Moral, Pedro Celaya y Pepe Martí— a la lista de los mejores.
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