Julian Assange, el fundador de Wikileaks que se ha colado en la Embajada ecuatoriana en Londres para eludir la extradición a Suecia y evitar responder a las acusaciones de abuso sexual, es muy listo. O la Policía británica tiene la sesera algo disminuida, pues hacía rato que Quito le había ofrecido asilo político públicamente.
Cabe, por cierto, una tercera posibilidad: que las autoridades británicas, para deshacerse de él, hayan descuidado la vigilancia en la mansión de Norfolk donde Assange pernoctaba, facilitando su desplazamiento a la sede diplomática. Pero esto es improbable porque en caso de que Ecuador otorgue asilo político a Assange le corresponderá a la Cámara de los Lores dedicir si le da un salvoconducto para salir del país. Trámite complicado y prolongado.
La movida de Assange es astuta. Agotadas las instancias locales, ya sólo le quedaba una: el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Pero allí su posición es débil. Su argumento central –que si lo extraditan a Suecia acabará en manos de Estados Unidos porque allí lo acusan de espionaje tras haber difundido documentos sobre la guerra de Afganistán en Wikileaks— tiene mucho menos peso en Estrasburgo que en Quito. Es un argumento de naturaleza política y, aunque Estrasburgo tiene en cuenta la política, el proceso contra Assange nace de la acusación de delitos comunes por los que no ha respondido. Esto es algo que el Tribunal de Derechos Humanos no puede dejar de tomar muy en serio. Para Quito, en cambio, Assange es una perfecta ocasión de elevar la acústica y la visibilidad del enfrentamiento entre el Socialismo del Siglo XXI y Washington.
La única esperanza que tiene Assange de salir relativamente airoso es politizar su caso. Estados Unidos le ha facilitado mucho esta posibilidad, hay que decirlo, con su sobrerreacción a la divulgación de los 92.000 documentos secretos sobre la guerra de Afganistán (sobrerreacción parecida a la que provocó Daniel Ellsberg con los famosos Papeles del Pentágono en los años 70: los Assange de entonces fueron el ‘New York Times’ y el ‘Washington Post’). De allí que, en la petición de asilo a Correa, Assange diga que Washington lo quiere “detener y matar”. Sabiendo que su única escapatoria consiste en convertir los delitos comunes en delitos políticos, el fundador de Wikileaks ha seguido desde entonces difundiendo material acusatorio contra Estados Unidos. El último bombazo fue el video ‘Collateral Murder’, que recoge la incursión de tropas estadounidenses en un barrio de Bagdad a costa de víctimas civiles.
Assange sabe que, como en tiempos de la Guerra Fría, insertarse en la lucha ideológica contra Washington es una forma de obtener dispensa moral. Si Assange es ‘rescatado’ por Ecuador, adversario tenaz de Estados Unidos, ¿a quién puede importarle el pequeño asunto de tres delitos de abuso sexual y una violación? Consideraciones insoportablemente burguesas que palidecen en importancia ante la cruzada moral contra el enemigo de la humanidad.
Nada de lo cual implica que la divulgación de una buena parte de los 1,2 millones de documentos difundidos por Wikileaks desde 2006, cuando nació, no ha servido un buen propósito. Todos los Estados abusan del poder, mienten y actúan como si estuvieran por encima de la ley. Unos lo hacen mucho más que otros, porque están menos sujetos a la democracia y el Estado de Derecho, pero todos lo hacen. Por eso, aunque ha cometido excesos y puede que delitos, Wikileaks ha obligado a los gobiernos, corporaciones e iglesias a dar explicaciones o ser un poquitín más transparentes.
El problema es que en el asunto de la extradición a Suecia está en juego, no la libre expresión de Assange o la defensa del individuo contra el poder, sino el derecho de unas mujeres que denuncian haber sido objeto de abuso sexual a pedir justicia en los tribunales. Que varios gobiernos estarían encantados de que Assange vaya preso por violador, es obvio. Que si pudieran le meterían un tiro en la nuca, es evidente. Pero a estas alturas la mejor protección contra eso es que Assange es más famoso que los gobiernos que lo odian y su caso ha sido más aireado que el de ningún otro adversario civil de Estados Unidos.
Assange ha debilitado su estatura moral arrimándose a un gobierno que está en la picota precisamente en materia de libertad de expresión. Cuando dice que quiere continuar su misión “en un territorio de paz y comprometido con la verdad y la justicia”, está dándole al gobierno ecuatoriano en la yema del gusto pero también diciendo algo que sabe absurdo. Con excepción de Cuba y Venezuela, ninguna prensa está bajo mayor acoso en América Latina que la ecuatoriana. Esta semana se discute en Ecuador la prohibición a los funcionarios de la Administración de conceder entrevistas a dos canales de televisión importantes y a los principales medios impresos.
Pero ya se sabe: cuando uno naufraga, se coge del primer madero flotante que encuentra.
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