The right to own and carry a gun is a very polarized debate in the United States. This debate fires up again every time that there is a massacre such as the one that James Holmes committed in an Aurora, Colorado cinema. Every time we hear about the war on drugs in Mexico, waged with assault weapons bought primarily in the neighboring country, the debate is opened again. The daily use of guns for violence attracts less attention, although it reaches alarming proportions. The rate of homicide with a firearm is 80 deaths per day — the highest of all developing countries.
There is one gun for every citizen: 300 million in total. This figure tops Yemen, which comes in second in the ranking. Domestic arsenals are constantly on the increase but with a larger number in fewer hands, much like wealth. In 1973, one in every two houses had a gun — now that figure stands at one in five. Some periods have seen stricter regulations enforced and others have been more lax. We are currently in a lax period, thanks to the actions of pressure groups, principally the National Rifle Association.
All of this only facilitates the actions of killers. There are 78,000 suppliers and 26,000 shops and fairs where guns are sold without restrictions: Sheldon Adelson’s Las Vegas Sands hosts one of the biggest. There are control measures, of course, for which the Office for Alcohol, Tobacco, Guns and Explosives is responsible, but they are scarce and weak with a mere 2,500 agents — insufficient for a market of that size. Revoking a license for selling to criminals, for example, takes roughly 15 months to come into effect. Only 20 percent of shops are inspected annually. According to the Journal Sentinel, “federal watchdogs rarely revoke the licenses of lawbreaking gun dealers. And when they do, stores can easily beat the system by having a relative, friend or employee pull a fresh license.” The Milwaukee newspaper has located 35 revoked sellers that are still working in connection with a criminal clientele.
These events reflect the interpretation of the second amendment of the American Constitution: “A well regulated militia being necessary to the security of a free state, the right of the people to keep and bear arms shall not be infringed.” For progressive judges, it is a subordinate right in an armed state, and a sacrosanct individual right for conservatives. Both presidential candidates, the incumbent Obama and challenger Romney, prefer to hide their preferences — the former, however, would ban guns if he could and the latter voted against their prohibition when he was governor of Massachusetts. The debate also affects the freedom of the federal states to vote without the interference of Federal Government. But the free market primarily benefits manufactures, dealers and murderers.
Hay un debate muy polarizado sobre el derecho a poseer y portar armas en Estados Unidos. Estalla cada vez que se produce una matanza como la que perpetró James Holmes en un cine de Aurora (Colorado). También, en cuanto se presta atención a la guerra que mantienen los ejércitos del narco en México con armas de asalto compradas en su inmensa mayoría en el país vecino. Menos atención merecen las armas en la violencia cotidiana, aunque alcanza unas proporciones alarmantes. La tasa de homicidios con arma de fuego es la más alta entre los países desarrollados: 80 muertos al día.
Hay un arma por cada ciudadano: 300 millones en total. Más que Yemen, segundo país en el mundo en número de armas por ciudadano. El arsenal doméstico crece constantemente, pero como la riqueza: cada vez más en menos manos. En 1973 había un arma en uno de cada dos hogares; ahora en uno de cada cinco. Épocas ha habido de mayor control y otras más laxas. Ahora estamos en una de estas, gracias a la acción del grupo de presión que se constituye alrededor de la Asociación Nacional del Rifle.
Todo da facilidades a los asesinos. Hay 78.000 vendedores, 26.000 tiendas y multitud de ferias donde se venden armas sin restricciones: Las Vegas Sands, de Sheldon Adelson, acoge una de las mayores. Hay controles, claro, pero escasos y débiles, a cargo de la Oficina para Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos, con sus 2.500 agentes, insuficientes para un mercado tan extenso. La revocación de una licencia, normalmente por venta a criminales, tarda 15 meses de promedio en hacerse efectiva. Solo el 20% de las tiendas se inspecciona anualmente. Según el Journal Sentinel, “las instituciones federales de control raramente revocan una licencia, y cuando lo hacen, los vendedores rápidamente eluden la suspensión mediante un amigo, un pariente o un conocido que obtiene una licencia nueva”. Este diario de Milwaukee ha localizado a 35 vendedores revocados que siguen trabajando en conexión con una clientela criminal.
El fundamento de esta deriva es la interpretación de la segunda enmienda de la Constitución americana: “Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, no deberá limitarse el derecho de la gente a poseer y portar armas”. Para los jueces progresistas es un derecho subordinado a la pertenencia a un cuerpo armado estatal, y un derecho individual inviolable para los conservadores. Los dos candidatos presidenciales, el titular Obama y el aspirante Romney, prefieren ocultar sus preferencias, aunque el primero las prohibiría si pudiera y el segundo legisló en contra cuando fue gobernador en Massachusetts. El debate afecta también a la libertad de los Estados federados para legislar sin interferencia del Gobierno federal. Pero el mercado libre conviene sobre todo a los fabricantes, los vendedores y los asesinos.
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