The Oak Creek Tragedy

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La tragedia de Oak Creek

Editorial | 07/08/2012 – 00:00h

QUINCE días después de la masacre de Aurora (Colorado), en la que un joven perturbado abrió fuego en un cine causando doce víctimas mortales y 58 heridos, un exmilitar de 40 años entró este domingo en un templo sij de Oak Creek, al sur de Milwaukee (Wisconsin), y disparó ocasionando seis muertos y tres heridos graves, y falleciendo él mismo tras ser abatido por la policía. Quienes se oponen al control de armas en Estados Unidos -donde hay casi tantas como habitantes (en proporción de nueve a diez)- opinan que dos desequilibrados entre una población de 300 millones de personas no suponen un porcentaje significativo. O que por cada muerto por arma de fuego hay en EE.UU. tres debidos a accidentes automovilísticos, sin que a nadie se le ocurra por ello exigir la prohibición de los coches. Por el contrario, quienes querrían modificar la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, que autoriza la posesión de armas, e imponer un control más severo sobre su tenencia, aseguran, estadísticas en mano, que su uso tiene más que ver con la agresión que con la defensa propia.

Para el grueso de la población, norteamericana o no, este tipo de ataques que dejan un inadmisible reguero de víctimas inocentes son un fenómeno que se repite en EE.UU. con preocupante frecuencia. En los últimos años se han producido en cines y templos, también en mítines políticos, supermercados, parques, universidades o escuelas. En la memoria colectiva permanece la matanza del centro de enseñanza secundaria de Columbine (Colorado), donde en 1999 dos adolescentes mataron a quince personas e hirieron a una veintena.

Las informaciones relativas al crimen del templo sij de Oak Creek son todavía incompletas. Pero va tomando cuerpo la hipótesis de un crimen motivado por el odio racial. Tras los atentados del 11-S, los sijs estadounidenses han sufrido numerosas agresiones. Las han cometido sujetos que poco saben del culto sij -una religión fundada en el sur de Asia en el siglo XV, hoy la quinta del mundo, con 27 millones de fieles-; y que, en su supina ignorancia, les confunden con islamistas radicales, por el mero hecho de que lucen turbantes de colores y no se cortan el pelo ni se afeitan la barba.

Es innecesario recordar que vivimos en un mundo heterogéneo, marcado por las tensiones políticas, religiosas o sociales, por la desigualdad y el dispar desarrollo material o cultural. Y más lo es todavía recordar que las diferencias no pueden ni deben ser resueltas a tiros. De modo que ante estos brotes de violencia no cabe, en primera instancia, sino la acción policial más decidida; en paralelo, una tenaz pedagogía relativa a la diversidad y el fomento de la tolerancia, especialmente entre los más jóvenes; y, siempre, una conducta sensata y ejemplarizante por parte de quienes ostentan responsabilidades públicas. Porque cualquier mensaje racista, irreflexivo o simplemente inadecuado puede encender la mecha de terribles explosiones retardadas, como la que acaba de sacudir Oak Creek.

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