La Agencia Espacial Norteamericana, Nasa, comenzó a difundir ayer las impactantes imágenes de la llegada y los primeros días en Marte del ‘Curiosity’, el robot no tripulado lanzado el 26 de noviembre de 2011 en un cohete Atlas desde Cabo Cañaveral, Florida, y que tocó suelo marciano el pasado lunes, después de recorrer 567 millones de kilómetros.
El solo hecho de posar allí con éxito un aparato de casi una tonelada de peso, dotado con los más sofisticados equipos de investigación científica, sin que sufriera desperfecto alguno, fue motivo de júbilo en el mundo. Superado ese primer escollo -“los siete minutos de terror”, como llamaron sus directores la duración de la compleja maniobra desde su ingreso a la atmósfera marciana- lo que se viene es mucho más interesante y digno de asombro, pues la misión fundamental del ‘Curiosity’ es hallar respuestas a preguntas que obsesionan no solo a los científicos sino a todos los que tenemos gran curiosidad por estos temas, acerca de las posibilidades de vida actual o pasada en Marte, el planeta más cercano y parecido a la Tierra dentro del Sistema Solar.
El interés de la comunidad científica por Marte comienza a concretarse a mediados de los 60 del siglo pasado, con el Programa Mariner, de los Estados Unidos, dentro del cual el más célebre satélite artificial fue el Mariner 9, que orbitó alrededor del planeta rojo y, a diferencia de los pobres resultados de sus homólogos anteriores, desde el 13 de noviembre de 1971 entregó fotografías bastante claras de toda la superficie, así como datos relativos a la presión, densidades y composición de la atmósfera, temperatura, gravedad y topografía marcianas.
El más antiguo antecesor del ‘Curiosity’ fue la sonda Venera 3, que como su nombre lo indica buscaba investigar la superficie de Venus. Fue lanzada el 16 de noviembre de 1965 por la Unión Soviética, equipada con aparatos de radiocomunicaciones, con su fuente de energía y variados instrumentos científicos. La misión fracasó, pues el impacto de la caída destruyó los equipos pero los soviéticos aprendieron la lección y en la Venera 4 se ingeniaron un globo aerostático para posar sin problemas la nueva sonda.
La llamada “carrera espacial”, como se conoció la puja entre Estados Unidos y la Unión Soviética por estar adelante en la exploración del espacio exterior fue un poderoso motor de progreso para la humanidad y, sin duda, a esa emulación tecnológica y científica, en medio del enfrentamiento político e ideológico conocido como la “Guerra Fría”, se deben muchos de los grandes hitos en la historia de la investigación espacial. Recordemos algunos: El soviético Sputnik 1, el primer satélite artificial que giró en torno a la Tierra y el Sputnik 2 con su célebre pasajera, la perra Laika. A estos respondió EE.UU. con el Score, el primer satélite de comunicaciones, lanzado el 18 de diciembre de 1958 y pionero de los grandes desarrollos en esa materia. Luego vino, en febrero de 1959, el primer satélite meteorológico, el Vanguard 2, otro sonoro triunfo de EE.UU., que todavía hoy sigue recopilando información sobre la densidad de la atmósfera, algo que se prevé que siga haciendo durante el resto de su vida útil, estimada en 300 años.
Entre tanto, los soviéticos seguían con su obsesión de llevar personas al espacio, y lo consiguieron en abril de 1961, con el Vostok I y su astronauta Yuri Gagarin, y dos años más tarde con el Vostok 6 y la primera astronauta, Valentina Tereshkova. EE.UU. ripostó con las misiones Apolo, las más famosas: la Apolo 8, que puso en órbita alrededor de la Luna a tres astronautas el 24 de diciembre de 1968 y que preparó el camino a la apoteósica misión Apolo 11, tripulada por Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, el primero de los cuales pasó a la historia como el primer hombre en pisar suelo lunar el histórico 21 de julio de 1969.
Para algunos analistas, “la carrera espacial” entre las dos potencias terminó en 1975, cuando resolvieron unir esfuerzos en un proyecto conjunto, el Apolo-Soyuz, que consistió en el acoplamiento en el espacio de las dos naves. Se pudo acabar, es cierto, la rivalidad pero no la carrera por descubrir los misterios del espacio exterior. Hoy, esa carrera se caracteriza por la gran colaboración entre EE.UU., la Unión Europea y Rusia, indispensable, sobre todo en tiempos de crisis, en los que el progreso no puede detenerse.
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