La lectura que se hace desde Europa y otras partes acerca del compañero de fórmula que Romney ha elegido para el ticket republicano delata una gruesa ignorancia.
Se dice que Romney ha hecho un guiño a los sectores trogloditas del republicanismo optando por alguien que encarna los valores retrógrados de un partido que se ha ido corriendo a la derecha en cuestiones morales (sociales, las llaman allí). Así, Ryan sería el nexo con la derecha evangélica y la base religiosa del conservadurismo aglutinada –sonoramente— en el “Tea Party”.
En realidad, este tiene poco que ver con la elección que ha hecho Romney. Más bien, Ryan ha sembrado ideas allí donde había un yermo ideológico, “criando lilas de la tierra muerta”, como en el poema de Eliot. Se las comparta o no, ellas son ahora las protagonistas de la campaña.
Es cierto que el rival de Obama quiere cosquillear el ánimo de su propia base. En Estados Unidos ningún candidato puede ganar si no galvaniza a su base: el alto grado de abstención y lo reñidas que son las elecciones en términos del voto popular así lo exigen. Obama derrotó a McCain hace cuatro años porque encendió el fervor de los suyos y su rival nunca logró lo propio al otro lado. La derrota de Kerry contra el Presidente Bush se explica en parte por motivos similares.
Pero había muchas formas de motivar a las tropas republicanas y ciertamente Ryan no era una de ellas si de lo que se trataba era de agitar el trapo religioso. Ni por trayectoria ni por carisma. No: el aporte de Ryan tiene un sentido muy distinto: su figura está casi exclusivamente asociada a la discusión sobre el tamaño del Estado en un país donde este asunto, a diferencia de otros lugares, no se circunscribe a círculos intelectuales sino que bulle en la calle. Como ninguna otra, gran parte de la sociedad estadounidense tiene una visceral desconfianza en los excesos fiscales. Es cierto que un sector del “Tea Party” está muy motivado con el ingreso de Ryan al ticket, pero la razón es que para ellos el crecimiento elefantiásico del gobierno estadounidense y la perpectiva de que se agrave en los años venideros constituye una amenaza existencial. El “Tea Party” siempre tuvo dos caras: una miraba con odio el Estado excesivo; la otra miraba con no menos inquina el supuesto deterioro moral de la sociedad. Ryan está incrustado en los ojos del primer rostro.
En Europa no escandaliza demasiado al público (no hablo de los eurócratas) un déficit fiscal que equivalga a casi un 8 por ciento del tamaño de la economía, pero en Estados Unidos, donde la brecha presupuestaria de 2012 supera largamente el billón de dólares por cuarto año consecutivo, es el fin del mundo. En Europa la idea de que el Estado acumule una deuda de casi 16 billones de dólares, es decir de que cada ciudadano arrastre una deuda individual por culpa del gobierno de más de 50 mil dólares, no quita el sueño. En el ciudadano estadounidense de a pie, el efecto de esto es terrorífico. Todo estadounidense que paga impuestos es capaz de personalizar esta discussion, que en otros países suena abstracta, y por tanto de convertir en drama personal lo que cuesta el Estado.
Si alguien se destacó en años recientes en la sociedad estadounidense por tratar de traducir este pavor ciudadano en una acción concreta contra el tamaño del Estado fue el joven y desacomplejado Ryan. Lo hizo desde el Congreso, empleando una capacidad intelectual poco común en un político. Por eso, y no por lo que piense del aborto o el matrimonio gay o el rezo en las escuelas, es que Romney lo ha hecho su compañero de fórmula. Tampoco es por radical “avant la lettre” que lo ha escogido, sino por haber planteado soluciones radicales a un mal que era radical antes de que Ryan le metiera el diente.
La decisión de Romney es riesgosa, desde luego. Ryan es vulnerable al ataque clásico contra todo halcón presupuestario –que quiere echar a los perros a viejos y pobres—. Aunque su arsenal intelectual es potente, no hay indicios todavía de que tenga eso que llaman ángel. Pero harían bien los observadores que intentan contar al resto del mundo la apuesta de Romney en enterarse de quién es Ryan. O, para ser más exactos, de qué es Ryan.
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