The outbreak of the mortgage crisis in the United States has just reached its fifth anniversary. Since then the financial, economic, and social disease has gone through different phases in spiral fashion, ranging from employment to the banking crisis, to the debts of the states. In an unstoppable metastasis, the problems have spread across countries (Ireland, Greece, and Portugal) to affect the core of the European Union, with countries such as Italy and Spain wanting an exit that becomes increasingly urgent and difficult. Thus, after many misgivings, the Spanish government has decided to create the so-called bad bank, a name whose single utterance raises concern. The bad bank is a formula tested in other countries with opposite, and even sometimes downright undesirable, results.
Such was the case for Ireland, where the government decided to guarantee all banks, whatever their solvency. Today, the Irish state is caught in a pernicious circle in which it subjects its citizens to brutal austerity policies, falls into an economic recession, is unable to trace its tremendous unemployment figures, and continues to be subject to payment obligations that seem impossible to meet. The Celtic Tiger,* who only five years ago boasted of its growth, is now only a poor scalded cat, unable to survive without receiving aid from international agencies that impose harsh provisions. Nobody today denies that the case of Ireland is an example of what to avoid. Now Spain is about to face its own banking crisis with the creation of a bad bank that is both fickle and feared.
In reality, and for some time, the major macroeconomic decisions taken at the Moncloa Palace are a convoluted result from months of negotiations. They still maintain a laudable and necessary position that they will not accept solutions or support that can make the remedy somewhat worse than the disease. Thus, in the memorandum of understanding that Spain formally adopted on Aug. 24, in exchange for up to 100 billion euros for the recapitalization of banks, it provides the creation of an asset management company, the bad bank — although with a less pejorative name — in order to "restore and strengthen the solidity of Spanish banks, while minimizing the cost to taxpayers of restructuring."
Subjected to a harsh thinning regiment, in which millions of people are losing not only their property and savings (preferred options), but its mode of economic and social life, Spanish public opinion remains extremely reluctant to revive banks and insolvent savings with public funds. Obviously, taking from basic social services (health, education) without forming policies to mediate the re-launching economic activity, which should reverse job creation, led to this opinion.
In this complex scenario, the creation of a bad bank appears to be a necessary solution to clean the balance sheets and allow banks to rededicate themselves to revitalizing their business credit. The prices at which the toxic assets are valued and the disappearance of insolvent entities leaving safe deposits are crucial points where this new operation can have a positive impact.
*Editor’s Note: The Celtic Tiger refers to Ireland’s economy between 1995-2007, a period of great economic growth for the country.
Por un buen banco malo
Editorial | 20/08/2012
El estallido de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos acaba de cumplir su quinto aniversario. Desde entonces la enfermedad financiera, económica y social ha ido atravesando distintas fases en espiral que han afectado desde el empleo hasta la crisis bancaria, pasando por la de las deudas de los estados. En una metástasis imparable, los problemas se han contagiado de un país a otro (Irlanda, Grecia, Portugal) hasta afectar al núcleo duro de la Unión Europea, con países como Italia y España, donde las salidas se antojan cada vez más urgentes y difíciles. Es así como, tras no pocas reticencias, el Gobierno español ha decidido la creación del llamado banco malo, un nombre cuyo solo enunciado ya preocupa, aunque se trata de una fórmula ensayada en otros países con resultados opuestos e incluso, a veces, francamente indeseables.
Así fue el caso de Irlanda, donde el Estado decidió avalar a todos los bancos, fuera cual fuera su solvencia, y hoy es el propio Estado irlandés el que se ve atrapado en un círculo pernicioso en que somete a sus ciudadanos a brutales políticas de austeridad, cae en la recesión de su economía, es incapaz de remontar sus tremendas cifras de paro y está sujeto a obligaciones de pago que se antojan imposibles de cumplir. El tigre celta, que hace sólo un quinquenio blasonaba de su crecimiento, es hoy un pobre gato escaldado, incapaz de sobrevivir sin recibir las ayudas de organismos internacionales que imponen duras condiciones de rescate. Nadie niega hoy que el caso de Irlanda es una muestra de lo que hay que evitar, ahora que España se dispone a afrontar su propia crisis bancaria con la creación del voluble y temido banco malo.
En realidad y desde hace ya tiempo, las grandes decisiones macroeconómicas que se toman en la Moncloa son consecuencia de alambicadas negociaciones mantenidas durante meses, en las que aún se sostiene una loable y necesaria voluntad de no aceptar soluciones y ayudas que puedan hacer del remedio algo peor que la enfermedad. Así, en el memorándum de entendimiento que España aprobará oficialmente el próximo 24 de agosto, a cambio de recibir hasta 100.000 millones de euros para la recapitalización de la banca, se contempla la creación de una compañía de gestión de activos –el banco malo, aunque con un nombre menos peyorativo–, con el fin de “restaurar y fortalecer la solidez de los bancos españoles, al tiempo que se minimiza el coste para los contribuyentes de la reestructuración”.
Sometida a una durísima cura de adelgazamiento, en la que millones de ciudadanos están perdiendo no sólo sus bienes y sus ahorros (opciones preferentes), sino su modo de vida económico y social, la opinión pública española es tremendamente reacia a reflotar bancos y cajas insolventes con fondos públicos que, obviamente, se detraen de servicios sociales básicos (sanidad, educación) y sin que al tiempo medien políticas de relanzamiento de la actividad económica, que debería revertir en creación de empleo.
En este complejo panorama, la creación del banco malo aparece como una solución imprescindible para limpiar los balances y permitir que los bancos vuelvan a dedicarse a su negocio tradicional reactivando el crédito. Los precios a los que se valoren los activos tóxicos y la desaparición de las entidades insolventes dejando a salvo los depósitos, serán puntos cruciales para que esta nueva operación tenga efectos positivos.
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